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El Real Madrid se rehabilita en Bilbao

San Mamés acabó rindiendo pleitesía al equipo de Del Bosque

Los equipos pequeños se agarran al tópico como un náufrago a una bolsa de plástico. El Athletic miraba al cese de Jorge Valdano, a la crisis madridista, para no hurgarse las entrañas y encontrar noticias desagradables. Al Athletic le pasa como a los enfermos terminales, que es el último en enterarse de sus dolencias y por eso mira a la cama de al lado en busca del consuelo. El Madrid, apurado, no le dio ni agua.El aspecto del Athletic es realmente deprimente. El Real Madrid vio su color amarillento y lo asaltó desde el primer minuto. El medio campo improvisado por el taciturno Stepanovic apenas podía aspirar a limpiarle las botas a Fernando Redondo en el vestuario madridista. La merienda le duró al argentino un par de bocados. A partir de ahí todo fue más fácil para el Real Madrid del interino Del Bosque, que se permitió el lujo de disponer en las bandas de dos figuras decorativas: Quique, reconvertido, y Luis Enrique, rehabilitado.

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Sólo la ingenuidad de Stepanovic, un técnico que apela a lo incomprensible para justificar lo inexplicable, podía oponer al Real Madrid una escuela de alevines tan asustados como insolventes. El Athletic resucitó de salida al Real Madrid otorgándole el balón, los apoyos y el espacio necesarios para desenvolverse. Un equipo con las ideas fundidas requiere tiempo y distancia para recordar lo que sabe. El Athletic, descolocado, deslavazado, desorientado, le dio ambas cosas y el Real Madrid, por primera vez en muchos meses, disfrutó de lo lindo. La solvencia de Redondo unida a la alegría de Hierro, en su lugar deseado, envió al Athletic directamente al cuarto de los trastos.

En cinco ocasiones se plantó el conjunto madridista frente a Valencia en la primera mitad, ratificando su falta de pericia: de las cinco materializó tan sólo una, pero la reanudación en verdad se hartó. Cada ataque fue prácticamente un gol. La adolescencia rojiblanca le tranquilizó como requería: al cuarto de hora el Real Madrid tenía el partido en el bolsillo con el gol de Zamorano, mientras el Athletic sólo consiguió llegar a los dominios de Buyo en el minuto 45.

La lucha era tan desigual que tras el gol dudoso de Laudrup y la expulsión de Larraínzar parecía más un abuso. Hierro alcanzó los galones de Redondo y entre ambos habilitaron al resto del equipo.

El Madrid comenzó a deslumbrar en la misma medida que recobraba la seriedad, eso sí, avalado por el patetismo del equipo rojiblanco impotente, ineficaz, insufrible. El tercer gol desató a la grada y arrancó a la vez los aplausos por la ejecución y los pañuelos contra el banquillo del Athletic. En ese momento la rendición era absoluta. Del Bosque disfrutaba de una interinidad esplendorosa y una placidez inesperada. El cuarto gol de Laudrup pertenece a esa especie que rehabilita la moral de un conjunto herido. San Mamés se volcó con el danés. En los últimos 10 años, la catedral no se había rendido con tal pleitesía al Madrid como anoche: aplausos y olés acompañaron sus acciones, sus cambios, sus intenciones y hasta sus errores. La ovación al danés Michael Laudrup cuando se retiró fue de gala.

El conjunto madridista alcanzó en Bilbao todos sus objetivos: obtuvo la victoria, dibujó un fútbol coherente y artístico y rebañó su crisis por el morro de un equipo pequeño, casi diminuto, que entregó su historia de salida.

El Madrid tranquilizó en San Mamés su periodo de reflexión. Arsenio puede comenzar a trabajar con más tranquilidad. Pero la encuesta tiene trampa, ayer jugó a solas, sin rival y con el salón alfombrado para un paseíllo triunfal. El Athletic se limitó a sufrir el desenlace. El marcador ratificó su enfermedad terminal. Ahora ya lo sabe.

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