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Las listas abiertas y el ungüento amarillo

Los señores Bono (PSOE) y Ruiz-Gallardón (PP) han coincidido durante sus recientes discursos de investidura para las presidencias de sus respectivas comunidades autónomas en abrir un debate acerca del sistema electoral. Ambos parecen inclinarse por el modelo de listas abiertas.Detrás de estas propuestas laten una buena intención y una crítica. La intención no es otra que la de aproximar a los electores la última decisión, no sólo acerca de la opción política elegida, sino también sobre las personas que la van a representar en las instituciones públicas. La crítica subyacente se dirige a los así denominados aparatos, que, según es opinión generalizada, controlan la elaboración de las listas hoy cerradas y bloqueadas. Abrir las listas, en contra de lo que parece, no significa en este caso que el elector pueda añadir nuevos nombres a los propuestos previamente por los partidos. Abrir significa aquí poder tachar algunos de esos nombres.

Partiendo de un hecho demostrado, a saber, que no existen sistemas electorales buenos y malos, sino que todos tienen virtudes y defectos, este de las listas abiertas ha demostrado en España, donde las elecciones sindicales se rigen por este sistema, que no mejora en nada al de las listas cerradas. El sistema de listas abiertas plantea, además, un problema nada sencillo de resolver en el delicado momento del recuento. En otras palabras, el sistema manual y visible que ahora se emplea habría de ser sustituido por otro donde la lectura electrónica sustituyera al bolígrafo.Si en verdad se quiere personalizar la relación entre el elector y el elegido, el único sistema, a proponer no es otro que el mayoritario, cuyo ejemplo más notorio es el modelo británico, Vale decir, se elige a una sola persona en cada distrito o circunscripción electoral. Empero, este modelo electoral choca con la Constitución Española, que consagró en términos generales el sistema proporcional que rige en la elección del Congreso, y reservó un sistema mayoritario corregido únicamente a la elección del Senado.

El sistema mayoritario, además de identificar clara y personalmente al elegido, produce otros efectos: a) tiende a fabricar cuasi-automáticamente mayorías absolutas; b) rebaja el poder de los partidos en beneficio de las personas; c) tiende al bipartidismo, eliminando la presencia de las opciones políticas menores, etcétera. Muchos de los defensores del sistema mayoritario, por ejemplo Karl Popper, lo son no tanto por el acercamiento entre electores y elegidos que tal modelo procura, sino por la bondad que, a su juicio, representan los efectos más arriba descritos.

El sistema proporcional se eligió en España, entre otras razones, para dar cabida en los distintos Parlamentos y plenos municipales a las opciones que, siendo minoritarias, alcanzaran en cada circunscripción un mínimo de votos (3% para el Congreso, 5% en los ayuntamientos). La reticencia que estas opciones menores vienen mostrando a la hora de ayudar a formar mayorías de gobierno, con los efectos subsiguientes de inestabilidad gubernamental, se está convirtiendo en el mejor argumento a favor del sistema mayoritario, que favorece la formación de Gobiernos estables.

Naturalmente, existen sistemas mixtos que toman elementos tanto Solé Tura en la Ponencia Constitucional, pero la propuesta no prosperó. A mi juicio, desgraciadamente.

Pensar que el sistema electoral puede comportarse como ungüento amarillo, que todo lo cura, en pos de una renovada legitimación de la política resulta cuando menos ingenuo, pues, a todas luces, el problema principal se encuentra en otro sitio.

Para empezar, y por hablar tan solo del sistema de selección de representantes -que es un problema, pero no el mayor de los que se abaten sobre la política- convendría abordar en primer lugar el funcionamiento interno de los partidos, pues son ellos los destinados a realizar la gran pre-selección de candidatos en cualquier sistema de listas.En España, cada partido se ha dotado de un sistema diferente de selección interna, mas todos tienen un denominador común: el sistema es manipulable desde arriba y cuanto más pretende disfrazarse de democrático, más lo es. El caso extremo lo representa IU que ha redescubierto el mediterráneo asambleario. Cuando el "gran dirigente y educador del pueblo" clama ¡Qué decidan las bases!, nadie debe equivocarse: todo está decidido.

Quienes con más entusiasmo que ésito, venimos defendiendo la necesidad de una Ley de Partidos Políticos no sólo pretenderemos que sus financiaciones sean transparentes, también deseamos un sistema de selección interna igual, o, al menos, homogéneo para todos ellos. Por ejemplo, para elegir candidatos a Presidente del Gobierno, a Presidente de una Comunidad Autónoma o a una Alcaldía, debieran participar directamente con urnas y censos reales, todos lo, afiliados concernidos. Más ur. nas y ningún brazo levantado en asamblea alguna. Más urnas y menos sistemas en cascada con segundos, terceros y cuartos niveles de delegación. Por ahí habría de comenzarse y no por otro sitio.

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