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El Athletic se mantiene seco

El Deportivo rentabilizó la ventaja del partido de ida de Copa

Como en las encuestas, la ciudadanía rojiblanca enmascaraba sus secretas pasiones bajo respuestas convencionales. En el fondo albergaba alguna esperanza de que el cambio de gobierno en el banquillo provocara la catarsis colectiva que precede las gestas futbolísticas. Se trataba de que tras la convulsión viniera la tempestad, y no la calma, que acabara vapuleando al Deportivo y rompiendo estadísticas, desigualdades y apriorismos. En definitiva, lo que el catecismo del balompié denomina milagro futbolístico.

Pero el Deportivo, más proclive a lo pagano, apeló a la ciencia y redujo el milagro rojiblanco a un oficio de tinieblas. Arsenio se dejó de cuentos y plantó en San Mamés un equipo corajudo, de los que por su omnipresencia aturden al contrario y le convencen de que su superioridad es incluso numérica.

Amorrortu, debutante, se cargó de razones para tributar el milagro. Su dibujo tenía el trazo de Heynckes y reservó la sorpresa para su diseño defensivo. El tiempo que Óscar Vales y Larraínzar tardaron en acoplar sus ideas lo aprovechó Bebeto para examinar a Valencia en dos disparos. Fue la única aportación del brasileño que antes del descanso se ganó una infantil expulsión que sembró de nuevo el césped de dudas.

Pero el Athletic era una suma de voluntades, hilvanadas con audacia pero sin profundidad ninguna. La primera condición, el gol tempranero, se esfumó sin intentarlo. Un par de zapatazos de Goikoetxea y Tabuenka difuminaron la esperanza.

El Deportivo combinó la inferioridad numérica con la superioridad en la eliminatoria y guardó las naves para mejor ocasión. Su repliegue no fue montaraz pero sí precavido. Su fútbol se volvió plano pero eficaz y apenas propició una ofensiva animosa del Athletic comandada por Alkiza y sancionada con un remate al poste de Ziganda.

Ahí arrojó la toalla el Athletic. La fe ya no movía montañas ni en la grada. Incluso Arsenio se permitió el lujo de dar entrada a Manjarín. La segunda mitad fue una cuestión de honor para el Athletic: la de ganar al menos, enterrar las turbulencias y dar paso a la esperanza. El milagro de San Mamés en la Copa no resistió ni el primer rezo. Fe hubo pero poca, obras ninguna. Al final todo quedó en un ritual complaciente pero un tanto desangelado. El Depor, como era previsible, se salió con la suya. Se amparó en su oficio y en la desesperación de los locales, que viven entre la angustia y el agarrotamiento. Son malos tiempos para el Athletic.

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