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Brindis por Guardiola

El Barcelona jugó ante el pusilánime Athletic de Javier Irureta con las mandíbulas encajadas. Bajo el viento azul del Camp Nou, la pelota bufaba como una peonza y se curvaba sobre sí misma en los centros sobre puerta. La crispación era muy natural: Cruyff había llamado a los reservistas. Con Bakero como abanderado, Stoichkov, Koeman, Hagi y demás veteranos deberían solventar el problema.Luego, los hechos sólo respondieron parcialmente a las previsiones del arisco gobernador: si bien Bakero marcó el gol de la victoria, fue el joven Guardiola quien marcó el compás. Y, por tanto, quien sustentó el partido.

La resolución del pequeño drama revelaba algunos secretos. En sus mejores años, el Barça ha disfrutado de un efecto colectivo, el ritmo de juego, y de una cualidad individual, la, brillantez de sus extranjeros. Su fórmula era la siguiente: armado de algunos de los más destacados jugadores españoles, el equipo tejería una maraña de la que, en el último momento, surgirían Laudrup, Stoichkov, Romario y Koeman para poner la firma. Todas las acciones solían tener un mismo desenlace: en la confusión que el juego de toque inspiraba al contrario, aparecía Laudrup y perforaba las líneas con un pase literario al punto de penalti. Entonces, Stoichkov tiraba la diagonal búlgara, Romario hacía un recorte paralizante, y la pelota acaba en el rincón.

Un día, el Barça perdió el ritmo y, por una curiosa inducción fatalista, perdió también a Laudrup y Romario. El reemplazo de las estrellas sería posible; en cambio, ¿cómo recuperar una cualidad de orden musical? ¿qué hacer para conseguir que los jugadores volvieran a escoger la mejor opción al recibir la pelota? Repentinamente, todos parecían sentirse confusos entre dos impulsos, el de controlar y el de tocar.

Convencido de que en el medio centro está la virtud, Cruyff había fabricado sucesivamente a Milla, Guardiola, Óscar y De la Peña. Más que nadie, él necesita la garantía de un afinador capaz de aparecer en mitad del caos, sacar el diapasón al grito tuya/mía, dictar el ritmo que conviene. Por consiguiente, la solución a la crisis era Guardiola.

El sábado, a media tarde, la gente estaba con Stoichkov, pero Pep se sentía muy bien acompañado por sí mismo. Así que, cuando el Athletic se rodeó de su cinturón de aluminio, él, tap-tap-tap, se puso a cantar la vieja canción de Boscik Puskas y Didí. De pronto, el balón era suyo y el Barça había ganado el partido.

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