_
_
_
_
_

Un teléfono y unos millones

El Santa Clara, un ejemplo de supervivencia en la jungla del ciclismo

Carlos Arribas

Para tener un equipo ciclista -un espacio publicitario móvil que asalta desde las pantallas de televisión- sólo se necesitan dos cosas: un teléfono y algo de dinero para gastar. Lo demás vendrá por añadidura si se evitan los vicios del derroche innecesario que acarrea la triste carencia y si las aspiraciones deportivas van a la par.Lo del teléfono, a ser posible móvil, es sencillo: alguien al otro lado tomará decisiones, citará, convocará y negociará. Lo del dinero parece más complicado, pero tampoco es necesario demasiado para sobrevivir en la jungla, un lugar en el que no sólo hay sitio para el Banesto -más o menos 1.500 millones de pesetas de presupuesto- y similares: también se puede ser el Santa Clara.

El equipo más barato de cuantos operan en España logró actuar en las principales carreras con unos 150 millones de pesetas, la décima parte que los potentados de Induráin. Y repite para la próxima temporada, reforzado, además, por otro patrocinador, la cadena de electrodomésticos Master. No es que los corredores del Santa Clara se hicieran muy conocidos por sus victorias el año pasado. De hecho sólo lograron un triunfo, gracias a uno de sus rusos -Valery Baturo- y en una prueba menor en Portugal. Pero algo debieron de sacar en limpio: sus maillots blancos se entrevieron, sobre todo por la cola, en alguna carrera, su nombre se oyó de vez en cuando por las radios y alguna foto se publicó en los periódicos. O sea, que de alguna forma resultó rentable el invento.

Recortar gastos

La madre del cordero consistía en recortar gastos por donde fuera y empezando por la mano de obra. Más de la mitad de los corredores eran rusos jóvenes salidos de la escuela de Samara. Casi todos, neoprofesionales. El director del equipo, el vallisoletano José Luis Núñez, fue a Samara, los vio y se los trajo a España. Como todo su calendario de competición se redujo a la península Ibérica, el problema de la vivienda se solucionó con facilidad: un chalet en la provincia de Valencia sirvió de residencia común para los rusos y el norteamericano del equipo, Jonathan Vaughters. Los demás, españoles y también neoprofesionales, vivían en sus propias casas.Otro de los gastos importantes de un. equipo es el material móvil, los coches y furgonetas para trasladarse durante las carreras y de una a otra. Los grandes equipos, los que acaparan casi toda la atención pública, se benefician de convenios con los fabricantes a cambio de resonancia publicitaria mutua. Alejado de este circuito privilegiado, el Santa Clara recurrió a los vehículos más modestos y hasta echó mano de las furgonetas de la propia fábrica de porcelanas. Todo en aras de ajustar lo gastado a lo disponible.

El ensamblado empresarial tenía, sin embargo, una coartada científico -deportiva. En la creación del Santa Clara intervino el doctor Calabuig, de la Clínica UnIversitaria de Navarra, uno de los médicos que reconocen anualmente a Induráin y sus compañeros del Banesto. La idea publicitada fue que el chalet de Valencia no se trataba sólo de una fórmula barata de alojamiento sino que funcionaría como un verdadero laboratorio deportivo, dotados de los medios más adelantados para pruebas de esfuerzo y estudios similares lugar para realizar análisis científicos y espacio de concentración y control del rendimiento y de la progresión.

Tampoco es que se fichara sólo corredores neoprofesionales porque eran más baratos. Pocos corredores profesionales asentados aceptarían correr toda una temporada -unas 60-70 carreras- por un bruto de sólo millón y medio de pesetas -un sueldo unas 200 veces inferior al de Induráin, cuyos solos emolumentos darían para formar un par de santa claras-, que es el mínimo establecido por el sindicato de ciclistas para el primer año de profesionalismo, aunque aumentará en el segundo, que los contratantes tienen obligación de firmar. Sólo ciclistas aficionados con la única aspiración de llegar algún día a ser profesionales podían someterse a ese nivel de ingresos. Incluso, según fuentes ajenas al Santa Clara, la Seguridad Social -otra obligación. empresarial- corría a cargo de los propios corredores, que cotizaban como autónomos, quedando fuera de las prestaciones por desempleo.

Un asunto novedoso

Pero eso son elementos accesorios. Según Núñez, el espíritu generador del Santa Clara fue un asunto casi revolucionario: se trataba de demostrar que había otras formas de entrar en el profesionalismo, que la formación de un corredor no tenía por qué seguir el trillado camino de integrarse en un equipo establecido, con su jerarquía de figuras, veteranos y gregarios."La aventura, ha sido dura pero ha merecido la pena", cuenta el catalán Jordi Gilabert, uno de los corredores del Santa Clara. "El salto ha sido muy fuerte, hemos pasado de disputar 30 carreras al año a correr el doble y ha habido malos momentos. Pero la experiencia ha funcionado y en 1995 rendirá sus frutos".

Gilabert y sus compañeros han echado de menos el gusto de la victoria, el saber que su trabajo en la carretera cundía. "No es lo mismo correr con compañeros de gran nivel, sabiendo que alguno puede ganar, que hacerlo dándote cuenta de que lo importante es terminar y acumular kilómetros y experiencia".

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_