La importancia de llamarse Arsenio
Arsenio Lope HuertaDelegado del Gobierno
Madrid
Muy señor mío:El que suscribe, Ovidio Pérez Barbadillo, de 48 años, casado, peluquero, natural de Madrid y residente en el barrio de Estrecho, a usted, con perplejidad, manifiesta:
Que acabo de llegar del África tropical, donde he estado espiando cortes de pelo para la próxima temporada. No sé si usted sabe que en esa zona del mundo hay casi tantos peluqueros como mosquitos. Mi asombro ha sido mayúsculo al llegar a Madrid y ver a Cibeles negra, rodeada de taxistas crispados por el asesinato de dos compañeros a manos de un homicida siniestro.
Prefiero omitir ciertos comentarios e imprecaciones que escuché a los congregados porque eran fruto del dolor, la rabia y la sed de venganza. Pero debo declarar que me llenaron de consternación algunos exabruptos antidemócráticos. Había incluso quien aprovechaba la ocasión para esgrimir consignas inequívocamente fascistas que me pusieron los pelos de punta. Seguramente a usted no le ocurrió lo mismo, porque ya está acostumbrado a embestidas de similar calibre y sabe esquivarlas con airosas chicuelinas. Además, usted es calvo, tranquilo e inteligente; es decir, que no tiene ni un pelo de tonto.
Entre los taxistas, señor, hay de todo, como en cualquier profesión. Pero abunda la gente seria, trabajadora a tope, responsable y educada, como es el caso de los dos que cayeron a manos de ese criminal, a quien Dios y la justicia castiguen para siempre. Es cierto que el gremio tiene fama de pesetero (se les llama, con ambigua cordialidad, los pelas). Pero también es verdad que trabajan demasiadas horas, que soportan durante todo el día el tráfico asilvestrado de la ciudad y que están fritos a impuestos. Constituyen un colectivo castizo y popular. Un servidor, que carece de carné de conducir, lleva más de 25 años utilizando el taxi a diario. Jamás he tenido altercados reseñables con los taxistas, solamente un par de escaramuzas sin importancia propiciadas por sugerencias sociológicas fuera de tono. Los taxistas me han ayudado a conocer y amar Madrid, con sus pros y sus contras.
También es sabido que pretende usted dimitir y abandonar la cosa pública, lo que muchos lamentaríamos porque nos gusta su talante, sus maneras, ya nos vamos acostumbrando a su calvicie, su parsimonia, su pipa, su altura, su discreción, su mano izquierda y ese inició de sonrisa que siempre le acompaña.
Precisamente tenía yo en ciernes un proyecto capilar para usted: la elaboración de un bisoñé barroco, rizado y con mechas que le iba a dejar la cabeza como un zulú, y que le daría un aspecto juvenil envidiable. Sin embargo, personas cercanas a usted me han aconsejado que no se me ocurra perpetrar semejante osadía, porque el delegado del Gobierno está feliz con su bola de billar. 0 sea, que ni hablar del peluquín. No quisiera yo que la autoridad pensara que se le está tomando el pelo, aunque presiento que esa autoridad está dotada de notorio sentido del humor, a pesar de los sinsabores inherentes al cargo.
Hay dos Arsenios en la vida pública a los que no se debería dejar dimitir, porque lo están haciendo muy bien: Arsenio Iglesias, entrenador del Deportivo de La Coruña, y don Arsenio Lope Huerta, delegado del Gobierno en Madrid. Iglesias se merece una liga; Lope Huerta, quedar ligado para siempre a la política y a la gestión pública. Hubo otro Arsenio en la literatura, Lupin, que era un lince. Muchos ciudadanos deseamos que tenga usted también la vista y la astucia necesarias para acabar con los chorizos y los criminales que amargan la vida a los taxistas y a los que no lo somos. Aun a riesgo de que no pise usted los salones de peluquería, no se corte un pelo, señor, a la hora de controlar a los maleantes, pero tampoco se lo corte a la hora de permanecer al pie del cañón en su cargo, a no ser que lo llamen para más altas misiones.
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