El segundo árbitro

El baremo del juego limpio recién inventado por la UEFA ha sido tan sorprendente que apenas ha originado repercusiones. Nadie recuerda en el mundo del fútbol una decisión semejante que procura algunos beneficios a partir de la opinión personal de una serie de jueces cómodamente instalados en la tribuna. No hay precedentes en ningún deporte según los cuales el buen comportamiento sea susceptible de ser puntuado y, como consecuencia de ello, sirva para deshacer un empate o dar la clasificación a un club o una selección. Inglaterra, Noruega Luxemburgo contarán con un representante más en la Copa de la UEFA gracias a su juego limpio, que no al potencial deportivo, de sus equipos. Para remate, se habrán beneficiado de esta medida con efecto retroactivo, cuando nadie conocía la existencia del cacareado baremo. Evidentemente, y por mucho que se lo proponga la UEFA, no logrará que los buenos equipos cambien su carácter y acudan a la competición no en busca del resultado sino a satisfacer el apetito del inspector de turno.Lo curioso del caso es que la UEFA más que inventar un baremo lo que ha hecho es convertir al inspector en una especie de segundo árbitro. Cada partido registrará un resultado deportivo y una califica ción. Cuantas voces han sugerido la creación de un segundo árbitro que ayude al juez principal en las decisiones han sido permanentemente rechazadas.

La UEFA esperaba un aluvión de alabanzas, pero ha obtenido como respuesta el silencio. Silencio porque muchos dirigentes sospechan que este: baremo haya servido para que la UEFA pueda congraciarse con el fútbol inglés, a quien el regreso a Europa está resultando difícil y que hace un esfuerzo económico extraordinario para modernizar sus estadios y organizar una Eurocopa en 1996.

Así que, demagogias aparte, no estamos ante una iniciativa digna de elogio. El juego limpio, el respeto al árbitro o el fútbol de ataque no se defienden mejor dándole a un inspector la posibilidad de emitir un juicio y acompañarlo de una calificación. Es ridículo mezclar a jugadores con entrenadores, dirigentes y público. El fútbol de ataque y el juego limpio se defienden cambiando algunas reglas de juego y dándole al árbitro posibilidades técnicas de ser casi infalible. Por tanto, más justo.