"Este fin de semana, en casa"
La defensa no contó con la tenacidad del fiscal
A las 13.30 del martes, una llamada anónima al juzgado de guardia anunciaba la presencia de Javier de la Rosa en el aparcamiento de la avenida de Lluís Companys. Es el argumento -negado por la policía a este diario- de quienes sostienen la importancia de la colaboración ciudadana en el derrumbe de la mitología especulativa.
Piqué Vidal salía del despacho del juez para dirigirse al mismo aparcamiento cuando la retina fiscal lo cazó. La nomenklatura juega al escondite: desde una ventana del juzgado, José María Mena no quitaba el ojo de los accesos del aparcamiento. Por el camino, el abogado se cruzó con agentes de la brigada de delitos económicos del comisario Zambrano, que escoltaban al detenido. Volvió sobre sus pasos para tranquilizar a Javier. El acusado acarició sus empavonados bucles con aire interrogativo. El abogado atajó convincente: "Tranquilo, este fin de semana, en casa".
No pudo ser. Veinticuatro horas después de ordenada la detención y tras varias declaraciones del portavoz Alfredo Fraile y del propio Piqué -"está en Toledo", "viene hacia aquí", "está en Madrid trabajando"-, la paciencia de la fiscalía se desbordaba. Causó especial estupor el aire distendido de la entrevista telefónica de De la Rosa a TV-3. La exclusiva trasladó la tensión de las pesquisas al jarrón veneciano; tras el tono quebrado del inculpado se adivinaba el tintineo de los cubitos de hielo sobre bordes del trago largo.
Jiménez Villarejo lo dice así de claro: "Lo detuvimos porque Piqué negociaba con el juez para que no tuviera que presentarse. De la Rosa quería eludir la justicia".
Ayer a mediodía, en su despacho de la Diagonal, el abogado Piqué tomaba resuello. Ceño fruncido sobre el manto violeta de sus párpados caídos: "Vamos a ver; lo que dice Villarejo no tiene sentido. Si De la Rosa no se quería presentar, ¿por qué estaba en el parking del mismo juzgado? Yo mismo le dije al juez dónde estaba mi defendido para evitar una entrada aparatosa, en medio de los flashes y cámaras de televisión. Le expliqué dónde estaba y los funcionarios de policía sólo le invitaron a cambiar de coche".
Sin embargo, el auto de prisión le contradice literalmente así: "No existen suficientes garantías de que no tratará de sustraerse a la acción de la justicia".
Al entrar el martes en el juzgado, De la Rosa atravesó el vestíbulo como una exhalación. Gesto cardenalicio, las palmas boca abajo y las muñecas libres para imperecedera memoria del singular hábeas corpus financiero. El letrado no pudo, como pretendía, obviar una peligrosa instrucción y llegar hasta Moreiras, tibio titular de delitos monetarios. Después pensó que podría ralentizar el proceso con innumerables expedientes en cascada sobre el Juzga do número 1 de Instrucción de Joaquín Aguirre. Tampoco. Allí cabalgaba Villarejo con varios de los suyos.
Fue antes del verano cuando una denuncia contra De la Rosa, presentada por Carlos Obregón -sustanciada apenas en recortes de periódico-, flanqueó a Piqué el camino de este juez. La acción de Obregón señalaba también al propio Piqué, considerado socio del financiero en esta acusación.
El letrado esperaba un magistrado dubitativo, pero se estrelló en la cólera de Aguirre, dictada por el trazo firme de Mena. "Villarejo me parece un gran jurista; Mena también; pero no acabo de entender su relación tan estrecha con el juez en este caso", añadía ayer en su bufete. Displicente, como lejos de la arena judicial: "Me interesa la prueba; no soy un penalista, soy experto en derecho procesal y profesor universitario de menor rango".
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