Saturación
La estadística recreativa dice que una persona con cincuenta años dispone de más información de la que ha tenido la humanidad en toda su historia. Y debe de ser cierto. Los usuarios de las célebres autopistas de la comunicación tienen un menú de servicios cuya lectura les ocuparía un mes de su vida. Es decir que tienen sin saber lo que tienen.Y de ahí los profetas del cataclismo concluyen que este empacho no puede ser bueno para la salud, que tanta lujuria informativa satura y despista. Tan pésimo augurio, en el fondo, se construye desde una larga desconfianza hacia la máquina, aunque ahora la menudencia del chip haya acabado con todas las agradecidas metáforas sobre la enormidad del monstruo. Y se fundamenta en un puritanismo equivocado.
El problema, que lo hay, durará mientras no nos hagamos -y nos dejen serlo- sabios en la administración de este bendito e inmenso catálogo. Una sabiduría no especialmente complicada, como sabe cualquier padre que ve a sus hijos juguetear con el PC casero y conseguir de aquel trasto cúbico unas maravillas que jamás de los jamases sabrá él obtener. Por pereza o porque no quiere, el padre perplejo se recreará en su pasmo y pensará, un tanto indolente, que ya no tiene edad para esos trotes.
Tal como están las cosas, el verdadero reto ya no está en poder comprar una enciclopedia de cien volúmenes o el censo de Hungría pulcramente editado en un disco informático.
Aquel a quien todo le sobra seguramente vive en el lujo, pero no propiamente en la riqueza. Recuérdese, si no, el tétrico almacén de arte embalado del señor Kane. De la misma manera, ya no será culto quien más información maneje sino quien mejor sepa procesarla.
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