La Academia también es responsable

Ninguna ley obliga al secretario de un juzgado a vestir correctamente, ni a que los vendedores de coches lleven corbata. Sin embargo, tanto un funcionario judicial como el empleado de un concesionario opinarán seguramente que el buen aspecto personal forma parte de sus obligaciones ante el público.Pero el secretario de juzgado dirá enseguida que la ley no "contempla" tal cosa, y el vendedor de automóviles colocará lo del airbag en su primera frase.

El correcto uso del castellano no se asume actualmente como muestra de buena educación o de preocupación y defensa cultural -la lengu...

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Ninguna ley obliga al secretario de un juzgado a vestir correctamente, ni a que los vendedores de coches lleven corbata. Sin embargo, tanto un funcionario judicial como el empleado de un concesionario opinarán seguramente que el buen aspecto personal forma parte de sus obligaciones ante el público.Pero el secretario de juzgado dirá enseguida que la ley no "contempla" tal cosa, y el vendedor de automóviles colocará lo del airbag en su primera frase.

El correcto uso del castellano no se asume actualmente como muestra de buena educación o de preocupación y defensa cultural -la lengua es un patrimonio común, como el museo del Prado- Incluso a quienes se expresan con precisión y riqueza -como Antonio Gala, como Jorge Valdano- enseguida les salen descalificadores y graciosos que convierten tal virtud en algo digno de chirigota.

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La Administración no ha contribuido mucho a prestigiar su lengua oficial. Las faltas ortográficas inundan los cartelones de carreteras y autovías (sobre todo, por falta de acentos), los funcionarios se expresan por escrito para que nadie les entienda, los ministros distorsionan las palabras para vaciarlas de su verdadero contenido. Y hasta la Real Academia Española, destinada a "dar esplendor" se ha sumado a la desidia.

Las últimas palabras incorporadas al diccionario han constituido uno de los más lamentables destrozos de nuestra lengua. Han entrado vocablos y acepciones pedestres y confusas, huérfanas de matices, que son habituales en los periodistas y los políticos, pero que no tienen presencia ni en la literatura ni en el habla de las gentes: liderar (encabezar, acaudillar, capitanear), posicionarse (definirse, pronunciarse ... ), desvelar (revelar, descubrir... La lista de deterioros -y la de palabras más ricas y precisas a las que van sustituyendo- sería interminable. La Academia dice que sólo recoge cómo se habla, no cómo se debe hablar. Pues habría que preguntarse cómo da esplendor entonces, cuando se empieza a hablar mal. Tal vez no se trata tanto de cómo se expresa el pueblo, sino de cómo lo hacen los medios de comunicación. La Academia parece hacerles más caso, lo que resulta poco democrático y empobrecedor.

Las palabras procedentes de otros idiomas nos invaden. El castellano se defiende bien a la larga, aunque en el camino quedan muchas heridas: ya no se dice offside sino fuera de juego; se va el córner y llega el saque de esquina (existió siempre "cornijal" en castellano, pero no se aportó a tiempo); la gente no viaja en "autoestop" sino que hace dedo. No obstante, en el camino se quedan eslogan (lema) o spots (anuncios) o reprisse (aceleración). Y para ese tipo de palabras hay que buscar traducciones que respondan al genio de -nuestro idioma, sin acudir a calcos del inglés.

¿A quién corresponde esta tarea?: A la sociedad en su conjunto -y a los medios informativos en primer lugar-, pero las instituciones debieran mostrarnos también su ejemplo. La Administración debe empezar a cuidarse y vestir cuanto antes un buen idioma.

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