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Entrevista:

"Madrid ya no va a recuperar nunca su casticismo"

Su caso es único y, por el momento, irrepetible. Porque el pintor taurino madrileño César Palacios, de 56 años, puede presumir de muchas cosas. Sus obras, valoradísimas, se cuelgan en multitud de países. Su popularidad y prestigio en los ambientes artísticos no estrictamente relacionados con la fiesta es enorme. También ha logrado vivir de la pintura, "un milagro en España", como dice. Pero su mayor orgullo, y de lo único que presume, además de su casticismo, es de su tarea como arenero de la plaza de toros de Las Ventas, donde lleva haciendo el paseíllo más de sesenta tardes al año desde 1974. Paradójicamente, un artista de su nombradía se dedica con fruición y sin ningún asco, "todo lo contrario, hasta me siento como un torero", explica, a recoger con su rastrillo y espuerta entre toro y toro las boñigas que éstos han dejado durante su lidia.Pregunta. ¿Qué hace un artista como usted recogiendo excrementos?

Respuesta. Pues cumplir con mi obligación e intentar realizarla lo mejor posible, con la mayor profesionalidad. El uso del rastrillo no es que sea como el del pincel, pero también tiene su técnica.

P. Ahora no le da asco; ¿y al principio?

R. Tampoco; en absoluto. Yo soy una persona muy sencilla, uno más al margen de mis pinturas y dibujos, y cuando decidí meterme a arenero ya sabía de qué se trataba. Antes estuve varias campañas como portero hasta que logré pasarme a arenero.

P. Supongo que esta extraña decisión estaría relacionada con sus labores pictóricas, ¿no?

R. Así es. Desde niño me crié en un ambiente taurino, pues nací en la misma calle en la que vivo ahora, la de Bocángel, al lado de la plaza, y tuve como amigos a Antoñete y a otros toreros. Poco a poco me fui metiendo en esto y como me daba miedo ser torero me incliné por los dibujos y las pinturas. Bien es cierto que en el colegio ya destacaba mucho y descubrí que era mi vocación.

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P. ¿Cuáles son las ventajas pictóricas que obtiene como arenero?

R. Fundamentalmente, las perspectivas de las que no dispone ningún otro pintor, el acceso a lugares distintos y privilegiados.

P. La afición madrileña es la más entendida del mundo, ¿ocurre lo mismo en la pintura?

R. Desgraciadamente no. Los aficionados taurinos, en general, se inclinan poco por la cultura. Antes, cuando empecé en esto, era distinto. Pero Madrid ha perdido tanto... Menos mal que mis cuadros también tienen repercusión fuera de este mundo, si no, me moriría de hambre.

P. ¿Por qué le gusta más el Madrid de antes?

R. Porque había más humanidad, cariño, respeto, solidaridad.

Tal vez algún día se recuperen, pero lo que es seguro es que Madrid me duele porque, a base de absorber a gentes de otros lugares, lo que me parece muy bien, ha perdido sus señas de identidad, su casticismo y ése no lo va a recuperar nunca ya.

P. ¿Cómo era aquel casticismo en lo taurino?

R. Pues muy bonito. Los toreros lo eran dentro y fuera del ruedo, donde despertaban auténtica admiración. Además, iban en calesa por la calle de Alcalá, la misma por la que los llevaban luego a hombros hasta el hotel si triunfaban; los picadores iban en sus caballos... En fin, todo muy distinto y mejor que ahora.

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