El juez más vengativo de la televisión
TVE emite cada día, en horario infantil, una serie que se burla de la justicia
La televisión pública ofrece por su primera cadena desde hace unas semanas una serie tópicanente norteamericana, apta para que los niños la vean mientras meriendan -comienza a emitirse entre las 18.00 y 18.30 horas, de lunes a viernes, también en agosto-, y se instruyan sobre el funcionamiento de la justicia. El título de la serie, Justicia ciega, no es lo más descorazonador. Es incluso exacto.Lo peor de todo, y es difícil elegir entre tanta bazofia, es su protagonista, el juez Nicholas Marshall, de pelo engominado cuando actúa en estrados y que literalmente se lo suelta cuando se dedica de verdad a hacer justicia a su manera, al margen de un sistema en el que dejó de creer hace tiempo.
El juez Marshall -Nick para los amigos y cuando actúa de justiciero- se rodea de un equipo de colaboradores que le ayudan a resolver los casos con la eficacia que es incapaz de ofrecer el sistema judicial ortodoxo. La idea no es original desde las novelas del Coyote y las historietas de Roberto Alcázar y Pedrín, y se repite en otras series, aunque con profesionales menos cualificados como protagonistas: un policía, una escritora, un detective.
Sin sacralizar la función judic¡al, sino al contrario: o el juez se integra en un sistema, con sus leyes, sus reglas y sus garantías y adecua a ellas su actuación, o se convierte en una pieza loca y sin sentido, o con un sentido que nada tiene que ver con la administración de justicia en una democracia. Porque, con todas sus imperfecciones, es preferible un mal sistema judicial que un buen juez justiciero actuando por libre, como algunos de los que padecemos en la España real y de ahora mismo, más preocupados por el efectismo de sus medidas que por su equidad.
Justicia ciega expone muy bien la contradicción, o el contraste, entre el juez "atado a la ley", como dice Marshall, y el que la burla. El primero, por las mañanas, en la sala de vistas, se atiene a las normas jurídicas y, por aplicarlas, declara improcedentes preguntas incisivas, retira cargos contra un procesado por falta de pruebas o se siente impotente ante un mafioso protegido. Horas después, el mismo hombre se olvida de los remilgos jurídicos y arremete contra abogados deshonestos o delincuentes impunes. Un día, Nick y sus muchachos acorralan a un periodista extorsionador, otro detienen a un policía corrupto y otro más consiguen pruebas contra un traficante de drogas que "se me escapó", dice Marshall, "siendo yo policía, fiscal y juez". Por eso se venga una y otra vez.
Poca fe en el sistema
El juez Marshall se apoya en una retendida coartada moral -la muerte de su esposa y su hija, al explosionar un coche bomba reparado contra él-: "Dejé de creer en el sistema y empecé a creer en la justicia". Y, una vez puesto en marcha, con moto o sin ella, es imparable, violento, contundente, a pesar de que. el guionista le hace pasar por "un juez liberal". Si un enfermero le ice qué el reglamento le impide que vea, a un paciente, Nick le contesta: "Yo tengo mi propio. reglamento". Si es conveniente acudir a escuchas ¡legales, sobornos o palizas, todo vale para resolver el caso y "hacer justicia".La moraleja del eficaz justiciero enfrentado al torpe formal¡smo judicial es demoledora para la formación cívica del telespectador de la televisión pública. Por si fuera poco, Justicia ciega es una serie ramplona, tóxica, convencional, descererada.
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