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Reportaje:

"Le grand Migüel"

Enric González

¿Entra ya en el Panteón? ¿Se le asciende al olimpo de una vez, con los dioses Anquetil y Merckx? A Francia le queda siempre un átomo de duda cuando se trata de "le grand Migüel". Que es el más grande de su tiempo, eso no lo duda nadie. Que tiene el físico más portentoso de la historia, eso tampoco. Con cuatro Tours consecutivos, a ver quién va a discutir. Pero a le grand Migüel le falta quizá una sombra de romanticismo, un rasgo de humanidad para que este país, sentimental y sabio, pueda venerarle a gusto. Sin la soberbia de Anquetil ni la crueldad de Merckx, Miguel Induráin es demasiado perfecto, demasiado lógico, demasiado razonable. Los franceses le rinden todos los honores, pero todavía no el alma.El problema es que este hombre llega al Tour con la modestia de un vendimiador, se sube a la bicicleta como quien va al tajo y luce el maillot amarillo igual que una bata de operario. Podría asfixiar a sus rivales, pero les da palmaditas en la espalda: venga, gana tú esta etapa; pasa tú delante, faltaría más. Rompe la carrera en un par de etapas, y se acabó. Él corre su Tour, y los demás corren otro. Acaba por convertirse en un hecho de la carrera, como el Puy de Dôme o el coche escoba. Es el líder, y ya está.

Le basta un pequeño gesto, nada, encajar las mandíbulas o enseñar los dientes, para derretir a los aficionados. "¡Está enfadado!". "¡No, está cansado!". "¡Ah, le grand Migüel!". Pero no prodiga esas cosas. Lleva la máscara puesta, y oculta detrás el sufrimiento, la ambición, la rabia. Un deporte tan épico como el ciclismo encaja con dificultades los monólogos interiores de Induráin.

Y a los franceses les falta algo para elevarle hasta el pedestal del mejor de todos los tiempos. Necesita victorias en las clásicas, dice el ex campeón Bernard Thévenet. Debería emplearse más a fondo, dice el ciclista Gérard Rué. Nunca ha realizado hazañas significativas, dice, sin demasiados argumentos, el viejo director deportivo Cyrille Guimard.

Es de esperar que las últimas reservas se disipen el año próximo, si el campeón español gana un quinto Tour consecutivo. Nadie lo ha hecho nunca, y es muy improbable que alguien pueda hacerlo en el futuro. Con cinco Tours, le grand Migüel sería, aritméticamente, le plus grand de todos los tiempos. El belga Eddy Merckx, el Caníbal, le ve con fuerzas de llegar incluso a siete. ¿Bastará que Induráin lo gane el año próximo, o aún más veces? Quizá no. Francia es un país que admira a los ganadores, pero se enamora de los vencidos. Raymond Poulidor se convirtió en un ídolo a fuerza de derrotas agónicas; François Mitterrand fue un perdedor nato hasta alcanzar la presidencia de la República; Napoleón sería menos Napoleón sin Waterloo y Santa Elena. A Induráin le será dificil ser le plus grand mientras le sobren las fuerzas. Luego, un día, las piernas se le harán de plomo sobre una cuesta de los Alpes, el aire le quemará en los pulmones y la máquina cardiaca dirá basta. Ese día, cuando Induráin baje la cabeza, cuando consiga ser vencido, se habrán acabado las dudas. "Ah, le grand Migüel", dirán, "ha sido el mejor de la historia. Le plus grand". Y recordarán con nostalgia sus hazañas. Entonces, sólo entonces, se quedará para siempre en el corazón de los franceses.

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