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Delgado, la fuerza del destino

El segoviano aguantó la tercera plaza en la contrarreloj ganada por Rominger

Carlos Arribas

Fue la obra de un genio desde, la primera pedalada. Y además le ayudó la suerte. Todas las circunstancias unidas para un fin: que Delgado se despida de la Vuelta desde un podio. El ciclista segoviano hizo suya la fuerza del destino. Llegó la hora H del día D. No estaba en juego el triunfo de la Vuelta, ni siquiera el de la etapa. La figura de un Rominger, maquinaria sobre máquina, quedó tapada por una lucha menor, pero al menos emocionante. De entrada parecía una pelea imposible, pero en el ciclismo, y gracias a eso existe, hay más fuerzas que las físicas o las de la ciencia matemática.Está la sabiduría y la, experiencia. "Empecé muy fuerte", contaba Delgado, "para engañar a Zülle. P-1 salía detrás de mí, con la referencia de mis tiempos, y yo sabía que le marcaría el ritmo. Que si veía que yo iba rápido él intentaría ir más deprisa". Zülle picó, pero la estratagema no fuedeterminante. A los 10 kilómetros de carrera, Zülle sólo sacaba un segundo a Delgado. Luego el segoviano levantó el pie, y a los 20 kilómetros Zülle le aventajaba en 10 segundos. Todo el mundo a usar los dedos para sumar y multiplicar. Delgado, por si acaso, tenía preparada la segunda parte del plan. Más sabiduría. "Pedro es como si corriera por el pasillo de su casa. Se las sabe todas", decía Mínguez. Delgado conocía el recorrido, las cuestas, los toboganes y los falsos llanos. Sabía dónde tenía que echar el resto y dónde podía recuperar.

Está la fortuna y las estrellas. "No sé cuantas veces he tenido que cambiar de bicicleta", decía un abatido Zülle. "Primero, el cambió electrónico, luego, la cadena, después un pinchazo". Zülle corrió en todas las posturas sobre todo tipo de bicicletas y marcas. Corrió en cabra, en bici cleta sin manillar de triatleta, con manillar... Fue como luchar contra una fuerza inabordable. El viento fue su primer enemigo. Aun así se esforzó al máximo y mantuvo el tipo. Eso mientras la moral seguía con él. Mientras su director, Manolo Saiz, mantenía el animoso grito por el altavoz del coche: "Ale, venga, ale, que vas bien". Después, todo se des plomó. Abatido delante y abatido detrás. Sin ganas, sólo de seando terminar el suplicio.

Si las estrellas se aliaron con Delgado y dieron la espalda a Zülle, con Róminger se mantuvieron ajenas. El líder suizo está en el estado de gracia, ese que te permite sentirte por encima del bien y del mal. Más parece el director de orquesta del destino. Entre él y Zarrabeitia -magnífico, ardiente y valeroso: no tenía nada que perder- se montaron un magnífico baile. Hasta divertido si no fuera porque iban al límite de sus fuerzas.

"Hoy no podrás repetir la táctica de Benidorm", se le decía a Mínguez por la mañana. "Rominger ha anunciado que saldrá suave y después verá cómo marchan los demás para forzar o no. O sea, que no intentará doblar a Zárrabeitia y no os, podréis apro vechar". "¿Y os creéis eso?", fue su respuesta. Y acertó. Rominger salió como una bala, como aquel que cree que si madrugas amanece antes. Y Rominger aceleró desde el principio. En 34 se gundos aventajó en los 10 primeros kilómetros a Delgado y Zarrabeitia. Y en el kilómetro 32, a 21 kilómetros de la meta, echó el guante al bravo vizcaíno. Comenzó allí su paso a dos. "Ha sido mareante", decía Zarrabeitia. "Si él tomaba una curva por la derecha, yo tenla que irme a la izquierda; y hasta en las rectas se me cambiaba". Pero Zarrabeitia aguantó y consolidó la segunda plaza final.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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