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El Barça vuelve a las puertas del cielo

El equipo azulgrana vence al Madrid y vuelve a personarse ante el título de Liga

Santiago Segurola

El Barcelona vuelve a personarse en la última jornada de Liga con cartas para ganar el título. En una nueva prueba de su habilidad dramática se llevó la victoria de Chamartín en un ambiente surreal, con la memoria de la hinchada local taponada por el deseo de hacer sangre en su rival más odiado. Todos las cuentas pendientes con su equipo quedaron olvidadas por una noche, conjurado todo el madridismo contra el Barça.El escenario era ideal para los grandes gestos teatrales, y en estas cuestiones el Barga es insuperable. En el momento más crítico de la temporada actuó con su precisión habitual, aunque su juego no cautivó. Fue un buen equipo, correcto en casi toda su estructura, con oficio para manejar los resortes de un partido difícil. Pero su fútbol tuvo una línea más plana de lo acostumbrado. El Madrid contestó con orgullo y bastantes detalles en la segunda parte, pero su destino ante el Barça está escrito.

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El corte del partido fue utiliratista, uno de esos encuentros que limitan la producción de las estrellas por la fijación táctica de los dos equipos. Eso no impidió que el estilo de cada uno quedara bien representado. El Barça elaboró más con la pelota en el primer tiempo y el Madrid buscó el ingenio para sorprender a los defensores azulgrana en la segunda parte. Pero el conjunto de los cosas no alcanzó la plenitud. Una de las razones fue el trabajo contra natura de Guardiola en la primera mitad, dedicado a la vigilancia de Butragueño, y el interés defensivo que tuvo Milla durante todo el encuentro. Es decir, los dos equipos se vieron privados de sus canales naturales de conducción. El juego quedó para los actores secundarios, muy especialmente en las filas del Barça. El sorprendente aislamiento de Guardiola -atendió la mayor parte del encuentro entre Nadal y Koeman- invitó al ascenso en el escalafón de Nadal, Ferrer, Ivan, Bakero y Amor. El más productivo entre ellos fue Amor, un buen futbolista que ha recuperado el tono vital en el último tercio de la temporada.

El juego del Madrid recorrió un camino ascendente hasta la puñalada del gol de Amor. Durante la primera parte padeció algún complejo ante un adversario que ha causado grandes catástrofes por activa o por pasiva en los últimos años. Su propia inseguridad, propiciada por una temporada mediocre, añadió el elemento de desconfianza en las filas madridistas hasta el descanso. Su crecimiento se produjo por la eficacia de sus defensores. Chendo, un lateral espléndido al que hay que medir por fantástico instinto defensivo y nunca por su contenido técnico estuvo intratable frente a la fila de jugadores que pasaron por su banda. Alkorta, que venía herido por su desdichada noche en el Camp Nou, se tomó su asunto con Romario como algo personal e impidió cualquier maniobra del delantero brasileño. Y Hierro se reivindicó como central. Tras comprobar que el sistema de seguridad funcionaba, el Madrid comenzó a liberarse. Eso sucedió en el segundo tiempo.

El Barça fue superior en los detalles gruesos. Sin brindar una gran noche, tuvo de su parte casi todos los momentos decisivos del encuentro: el tiro a la escuadra de Koeman en los primeros instantes del partido, el penalti clamoroso de Marcos a Amor mediado el segundo tiempo, el gol de Amor.... Es decir, fue un equipo más contundente. Pero no enamoró.

Hay dos Barcelonas. Uno está unido a la línea que trazan Koeman, Guardiola, Laudrup, Begiristain y Stoichkov o Romario. Es un equipo lleno de sensibilidad e imaginación, tachado de vulnerable, a pesar de su grandiosa colección de éxitos en los años más recientes. La otra línea es más opaca y parece que ha triunfado en el ánimo de Cruyff. El punto de no retorno se produjo probablemente después de la humillación ante el Zaragoza. Desde aquella tarde, la presencia en el juego de futbolistas como Ivan, Bakero, Ferrer, Amor o Eusebio se ha multiplicado. Son jugadores muy notables, sin duda, pero su trazo es infinitamente menos delicado que el de la barra opuesta. Fue el Barcelona que pasó por Chamartín.

Hay jugadores que parecen infelices en esta propuesta. Guardiola pasó la mitad del partido con el ojo puesto en Butragueño, una mezquindad para un jugador con el mayor capital creativo del fútbol español. El Barca se resintió de este recurso, a pesar su mayor operatividad frente al Madrid en el primer tiempo. El Barça ganaba a los puntos, pero no convencía.

En el segundo tiempo, Guardiola regresó a su posición natural y Ferrer se ocupó de Butragueño. El cuadro tenía un trazo mejor, pero Guardiola parecía todavía deprimido por su odioso trabajo en la primera parte. En medio de este paisaje apareció el Madrid con más confianza, más dinámica y mayor agresividad. El partido viró a blanco. Hubo un momento que produjo lágrimas de emoción en la hinchada local. Fue cuando Martín Vázquez recuperó su viejo repertorio, sobre todo en una jugada en el lateral derecho que terminó con cuatro jugadores del Barca corridos por el arte del centrocampista del Madrid. Aquella jugada fue la mejor del partido y la ocasión más clara para los madridistas. En esos momentos, el Madrid había quitado el tesoro más querido del Barça: la pelota.

En plena indefinición, con el Madrid cada vez más convencido de sus posibilidades y con el Barca dispuesto a pillar su ocasión, llegó el penalti de Marcos a Amor, pero se arrugó Urio. Pudo ser un momento memorable para la historia del barcelonismo.

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