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Traspaso de poderes en East Vineland Street

"Ahora te toca a ti aguantar la presión del número uno", le dijo Ballesteros a Olazábal

Carlos Arribas

Con un toque de nostalgia en los ojos, Severiano Ballesteros miraba por televisión la enésima repetición de las imágenes en las que Bernhard Langer ayudaba a JoséMaría Olazábal a ponerse la chaqueta verde después de ganar su primer Masters. Una melancolía mezclada con una gran alegría. Once años atrás, él, Ballesteros, era el protagonista de las imágenes.El domingo por la noche, simplemente las veía por televisión en casa del ganador. "Me he alegrado por Olazábal y por mí mismo", decía Ballesteros, quien por la mañana había dejado una nota de ánimoy consejos en la taquilla donde se cambiaba de ropa el vasco. "Ahora yo no seré el único centro de atención del golf español. Me quitaré de las espaldas una gran presión".

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Con la victoria de José María Olazábal el pasado domingo, España se ha convertido en el único país, junto a Estados Unidos, que ha ganado el Masters de Augusta con al menos dos jugadores diferentes. En Estados Unidos hay varios millones de licencias de golfistas. En España, 80.000.Un par de horas al menos se tiró Ballesteros esperando a que Olazábal volviera a la casa que tenía alquilada en Augusta, East Vineland Street, la última semana. A las once de la noche por fin apareció el triunfador: chaqueta verde, claro, y corbata amarilla con el emblema del Augusta National Golf Club. Llegaba de la cena con el presidente del club, el venerable Jack Stephens. Honor al campeón.

Olazabal y Ballesteros se fundieron en un abrazo, con un fuerte batir de palmadas en las espaldas. Fue como un simbólico traspaso de poderes. "Ahora te toca a tí aguantar ser el número uno. No sabes cuánto te cambia la vida ganando un grande", le dijo el cántabro. Y el de Hondarribia les respondió: "No, nos repartimos la carga".

Después llegaron los consejos prácticos del veterano Ballesteros, 37 años, dos Masters y tres Open británicos, al joven Olazábal (28 años, un Masters). "La chaqueta verde" le dijo Ballesteros, "te la llevas a casa y la enmarcas. Y luego, cuando vuelvas el próximo año y te pregunten en el club por ella, te llevas la mano a la frente y dices 'mecachis, me la he dejado en España', y te hacen otra nueva".

Y se fue a dormir, no sin antes anunciar que en la cena de los campeones del próximo año, en la que el último ganador elige el menú para todos, él daría de comer merluza en salsa verde. Ayer por la mañana ya estaba de nuevo en danza: viaje a París donde desde el jueves disputará el Open de Francia.

La jornada del domingo había sido muy larga. Olazábal se levantó a las 9.15 -su partido comenzaba a las 14.30- y se dispuso a desayunar, pero no pudo. "No me bajaba la comida por la garganta", confesó. Mientras, su rival, Tom Leliman, acudía como invitado especial a la iglesia metodista de Augusta, donde dio una charla sobre cómo había descubierto a Cristo.

Más laico, Olazábal paseó un rato por el jardín pensando qué ropa se pondría. El primer día, el jueves, había vestido un niqui blanco y un pantalón negro: hizo 74 golpes, un mal recorrido y al día siguiente salió de luto riguroso, pantalón y niqui negro -"reflejo de sus pensamientos sombríos", dicen sus amigos-; ese día, el viernes, hizo 67 golpes, comprendió que podía ganar el Masters, y el sábado apareció de claro -niqui blanco y chaleco béis-. Las dudas del domingo por la mañana respondieron más a criterios estéticos: tenía que ponerse algo que pegara bien con el verde de la chaqueta. Así vería luego cómo le sentaba bien ganar el Masters.

Una chaqueta a la medida

Una chaqueta, símbolo del ganador del Masters, que no podrá usar el vasco para ligar en San Sebastián. Su uso está prohibido fuera de los límites del Augusta National Golf Club. Una chaqueta que casi necesitará un permiso oficial de las aduanas estadounidenses si Olazábal quiere llevársela a su casa para hacerse unas cuantas fotos con ella.Un privilegio de los ganadores, que irá acompañado con una llave para entrar en el exclusivo vestuario de los campeones, donde una chapa dorada en una taquilla anunciará por los siglos de los siglos que un chaval de Hondarribia tiene todo el derecho del mundo a entrar. Será el segundo español que lo pueda disfrutar, al lado de Severiano Ballesteros.

En honores, sin embargo, no quedará la cosa. A Hondarribia, su pueblo natal, se llevará unos cuantos recuerdos: un par de bandejas de cristal -una por cada eagle conseguido en los cuatro días-, otra copa de cristal por haber hecho el viernes el mejor recorrido de la jornada, una medalla de oro y una reproducción del trofeo verdadero -una maqueta en plata de la casa club-. Y en el trofeo verdadero, en el que no sale nunca de Augusta, su nombre quedará grabado para siempre.

Y por si eso no bastara, siempre hay un poco de dinero para acompañar los honores y la vitrina de trofeos. Los socios de Augusta desvelaron el domingo, como es su tradición: todo el último día para no desconcentrar a los jugadores con asuntos mundanos, el montante de los premios en metálico. Los organizadores se gastarán en ello dos millones de dólares (unos 280 millones de pesetas). Olazábal., como ganador, ingresará en su cuenta corriente un cheque de 360.000 dólares (unos 50 millones de pesetas) oficialmente, aunque podrá. gastarse un poco menos: la Hacienda norteamericana le pegará a cheque un pellizco del 30%, y en España, el fisco no se quedará corto: el 56% de lo restante será para ellos. Una vez descontados los gastos, claro.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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