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Tribuna
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El periódico

Julio Llamazares

Una de las cosas que más me gustan de esta ciudad es la posibilidad de leer el periódico el día antes; quiero decir: la posibilidad que Madrid ofrece a los noctámbulos como yo de comprar de madrugada la prensa del día siguiente y enterarnos de las noticias con una noche de antelación.Pocos placeres hay comparables, tras una noche de copas o de trabajo, que meterse en la cama con los periódicos que los trenes y los coches de reparto llevan a esa misma hora por los caminos de toda España y dejar que el sueño llegue entre el olor de la tinta aún fresca y el pronóstico del tiempo o la agenda de actos de un día que todavía no ha comenzado. En ese punto de duermevela, cuando la realidad y el sueño empiezan a confundirse, es cuando mejor se entienden las noticias y los comentarios y cuando mejor se capta la fugacidad que las cosas tienen en las páginas de los diarios. El mismo artículo que por la mañana parece impreso a fuego en el periódico por la noche se desdibuja y desaparece al mismo ritmo con el que van pasando las páginas. Es lo que siempre ocurre con los periódicos, aunque muchos persigamos y queramos lo contrario.

A ese placer extraño de leer el periódico el día antes no debe de ser ajena la confusión de tiempos que en nosotros se produce, sobre todo si uno ha bebido algo. En ese estado de duermevela, en tre el candor de las sábanas, las noticias que han sucedido se ju tan con las que la edición prime ra ha dejado interrumpidas - con el anuncio de completar las en las siguientes- y aun con las que se prevén o se anticipan, formando un todo confuso, no por extraño menos compacto. Cuando se duerme, uno no sabe si lo que acabó leyendo había ya sucedido, o estaba sucediendo en ese instante, o iba a ocurrir al día siguiente por la mañana. Ficción a la que contribuyen los ecos de esas noticias que todavía resuenan en la televisión o en la radio de algún vecino noctámbulo y la mezcla de adverbios temporales. El hoy, el ayer y el mañana no tienen ningún sentido cuando el día todavía no ha empezado. Por eso mismo uno se duerme plácidamente, con la conciencia tranquila y la sensación profunda de estar perfectamente informado.

El problema es al día siguiente, cuando uno se despierta y no sabe si el día ya lo ha vivido, o lo ha oído, o lo ha soñado. Lo mejor, en esos casos, siempre que se pueda hacer, es no salir de la cama. ¿Para qué va a levantarse si ya sabe todo lo que ha ocurrido en el mundo y, lo que es mucho peor, todo lo que va a pasarle?

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