El Madrid cava ante el Joventut su propia tumba

Dice un refrán castizo que lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible. Llegados a ciertas alturas de competición, donde se supone un mínimo de solvencia a los supervivientes, sin cabeza no se llega a casi ningún sitio, teoría que llevó el Limoges a sus últimas consecuencias la pasada temporada. La del Real Madrid no está bien amueblada. El equipo blanco tiene los mimbres físicos para arrasar en Europa. Pero le falta lo que diferencia a los buenos equipos de los grandes equipos, eso que ha colocado a los yugoslavos en la cima de Europa. Saber que hacer con lo que tienen. El encuentro frente a un inteligente Joventut fue un claro muestrario de las penurias del aparente Madrid. Su falta de raciocinio fue evidente. Le echaron raza, pero la raza sin neuronas pierde su efectividad más allá de unos cuantos arranques, como el que le colocó con ventaja al final del primer tiempo (34-27).Todas las trampas colocadas por el Joventut surtieron efecto, sin que el Madrid encontrara soluciones para zafarse de ellas. La primera tuvo como víctima a Sabonis. Para explicar el resultado estadístico de la actuación de Sabonis (ocho puntos y siete rebotes) hay que echar mano tanto a la buena defensa de Ferran como a la desesperante incapacidad de los jugadores madridistas, para surtir de balones a su estrella. Ni siquiera cuando Ferran tenía cuatro faltas, nadie tuvo la clarividencia suficiente para buscar al lituano. La segunda residió en el gélido ritmo de juego impuesto por Rafa Jofresa. Ante la coherente exhibición de dotes de mando del base badalonés, el Madrid se perdió en arranques de genio con más artificio que efectividad. Luyk dio el mando en plaza a Lasa, que todavía necesita tiempo para hacerse con la jefatura, y en Antúnez ya no confían ni sus propios compañeros.

La tercera y definitiva encerrona la tejió el Joventut en los inicios del segundo tiempo. Una calamitosa salida del Madrid colocó a los verdinegros con una cómoda ventaja (39-46, minuto 27). El cortocircuito blanco se produjo sin arreglo posible, como se demostró posteriormente. La trascendencia del evento nubló aún más la mente de los madridistas. Sabonis ya ni siquiera era una opción e iba de una zona a otra de forma anónima. Luyk sacó de la chistera su zona, pero como si nada. Mientras el Joventut acababa dando el balón a su mejor opción (Thompson frente a Arlauckas), en la otra canasta se lo rifaban. La dureza defensiva empezaba a pasar factura, y con nueve minutos por jugar, el Joventut sólo tenía que esperar que el ímpetu descontrolado del Madrid le llevase una y otra vez a la línea. No le tembló la mano y ganó.