El Madrid gana un sucedáneo de partido
Es un mal endémico el que sufre el baloncesto español, incapaz de proporcionar espectáculo en estado puro. ¿Qué otra cosa podían hacer dos viejos rivales una noche de Navidad ante 10.000 espectadores dispuestos a divertirse para quitarse de encima la modorra de la cena familiar? Madrid y Estudiantes recurrieron a un par de trucos del oficio para resolver el compromiso. Podrían haber optado por proporcionar algún tipo de entusiasmo a un público dispuesto a ser generoso. Incluso podrían haber intentado divertirse ellos mismos. Nada de eso hicieron salvo descargar la tensión que predomina en sus enfrentamientos y ofrecer un encuentro ligerito. Vamos, un sucedáneo.El Estudiantes anunció desde el primer minuto que su propósito era el de sobrevivir al menor coste posible. Defensa en zona y ataque académico. Sus tantos se fueron sucediendo religiosamente entre la permisividad del contrario y el desinterés del respetable. Niguno de sus protagonistas intentó adornarse en algún lance y los jóvenes valores optaron por aprovechar los minutos de juego para demostrarle a su técnico que pueden ser tan disciplinados como cualquier otro. Cargaron con el ritmo del equipo los habituales: Vecina y sus canastas fáciles, la seriedad imperturbable de Schlegel y la presencia de Sanders, quien construyó una estadística estimable a fuerza de lanzar tiros libres. Herreros optó por el anonimato. Finalmente está el asunto de los dos bases estudiantiles, tan académicos, tan formales, tan ortodoxos, tan poco atrevidos, que terminarán entre ambos despersonalizando a este equipo.
En la acera de enfrente tampoco abundó la alegría, salvo en lo que respecta a Lasa. El Madrid probó a jugar sin Sabonis, un ejercicio que debería intentar a menudo si no quiere convertirse en un equipo hipotecado a su gran estrella. La primera consecuencia de este ensayo es obvia: el equipo corre y puede jugar de otra manera. No necesariamente es más débil y, desde luego, no es menos espectacular. La pareja Martín-Arlauckas gana muchos enteros cuando el conjunto se mueve a una velocidad superior. Sin embargo, el Madrid se desenvuelve de otra manera cuando el balón responde a los impulsos del joven Lasa. La creatividad de este pequeño base debería tener otro enfoque: si ayer el técnico le hubiera entregado el partido y sus compañeros hubieran entendido que se trataba de divertir a la concurrencia, habríamos juntado material para una crónica mucho más festiva. Aun así, los detalles que prodiga, su generosa visión de la jugada, son hoy en día un bien escaso en nuestro baloncesto.
El choque deambuló de principio a fin bajo un guión monocorde. El Madrid dispuso de ventajas que nunca fueron excesivamente amplias y la defensa zonal del Estudiantes terminó por decidir el escenario que tendría la noche: ambos equipos optaron por dilucidar la victoria en una especie de concurso de lanzamientos. Ya en el primer periodo, el Madrid llegó a lanzar tantas veces de tres como de dos, un síntoma inequívoco del ritmo del partido. Con el paso del tiempo, el enfrentamiento llegó al trance final perfectamente maquillado: diferencia corta (85-82 a falta de 1.12 minutos) y ambiente de expectación. Pero era una impresión falsa. Lo dicho: a falta de capacidad para dar espectáculo, los jugadores españoles dominan mejor el arte del engaño. Y así acabamos en el sucedáneo.
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