Cosacos
Recién terminada la II Guerra Mundial, vivía en un vasto jardín italiano una condesa emigrada rusa. Siempre estaba en la cama, lucía ristras de perlas en la garganta, fumaba con boquilla y había sido demimondaine en París y soprano en la ópera de San Petersburgo. Miraba a sus interlocutores con grandes ojos azules y les decía: "No lo olvide, cuando se rasca a un ruso, siempre sale un cosaco". Nunca se sabía en qué condiciones de rascado emergía el cosaco; las furias de la condesa tenían desconocidas escalas de valores y tanto se disparaba porque le robaban una pasta como porque la engañaban con el caviar.Me parece que el domingo pasado los rusos se dieron una universal rascada. Acabaron eligiendo a Vladímir Zhirinovski y a un montón de correligionarios suyos encuadrados en el Partido Liberal Democrático para que controlen la vida política de Rusia y, si todo les sale como pretenden, ver al amigo VIadímir en la presidencia del país en 1996.
Vázquez Montalbán nos acusaba a todos de ser responsables de cuanto iba a ocurrir en Rusia, suponiendo que lo que él llamaba "nuestro topo", el bueno de Yeltsin, acabaría arrasando con la victoria, las haciendas, las vidas de los rusos y el pueblo explotado. Pues no señor: Vázquez Montalbán, como un servidor y como el resto de la comunidad internacional, andaba completamente equivocado. En Rusia, en las elecciones generales del domingo, ha ganado el topo de Le Pen. Un topo que, por lo demás, ofrece su ayuda y su futuro ejército para acabar en España con los problemas del nacionalismo catalán, vasco y gallego.
Pone los pelos de punta este Partido Liberal Democrático. Sí, sí: liberal (como en "yo acabaría con las secesiones en Georgia y en Lituania en dos días") y democrático (como en "hay que acabar con los judíos").
Pues, sí. Un cosaco.
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