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Entrevista:

"Mi vicio es mirar al techo"

Pablo Guerrero ha elegido para cantar en directo la noche de los domingos, la más recoleta y silenciosa de la semana. Su música es eso, un sosegado periplo por los claroscuros del alma con los sentidos a flor de piel. Guerrero, casi un objeto de culto para algunos avisados, es un gran desconocido para el gran público.El crítico Diego A. Manrique describe así su último álbum, Toda la vida es ahora: "Un disco casi ultraterreno en su pureza, con una visión panteísta del universo, conmovedor en la fragilidad de esos textos generosos". Otros, al margen de sus connotaciones de cantautor, ven en Pablo Guerrero a un exquisito representante de la new age.

Nació en Esparragosa de Lares (Badajoz) "hace apenas 47 años", dice con amable sorna. Su imagen tiene algo de pastor de Garcilaso, mucho de asceta santo. Le pones junto a una mula y un buey en un portal y podría pasar perfectamente por san José. Lo de Guerrero es una broma pacifista, aunque está curtido en batallas interiores. Así rebate su presunta santidad: "Tengo muchos pecados, pero no me confieso en las canciones. Mi vicio más arraigado consiste en estar horas y horas mirando al techo, o contemplando el movimiento de las hormigas, o viendo cómo vuela una mosca". Hay quien dice que ese vicio es una prueba más de su propensión al rapto etéreo, a la simbiosis cósmica con el universo. Pero él insiste en que se trata de un pecado: "Me preocupan estos raptos porque luego pago la penitencia".

En 1972 grabó A cántaros, la canción más conocida de su época de cantautor clásico. Después aparecieron A tapar la calle y Porque amamos el fuego.

Buscar sensaciones

Tras años de búsquedas y experimentos sonoros, volvió al estudio de grabación con las ideas claras: "Me interesa fundamentalmente lo sensitivo en la música; pretendo que las sensaciones, la espontaneidad y la libertad sean protagonistas". Fruto de estos planteamientos son sus tres últimos discos, Los momentos del agua, El hombre que vendió el desierto y Toda la vida es ahora. Prepara nuevo álbum, que se llamará Alas, alas, y en el que lo acústico y las guitarras serán todavía más patentes.

A pesar de su timidez, Pablo Guerrero necesita el directo: "Lo que ocurre una vez en el escenario no vuelve a ocurrir nunca. Aunque en pequeños locales no se puede Intentar el ambiente acústico del disco, yo me planteo estas actuaciones como si fueran una reunión de amigos". Es una reunión en la que quienes más disfrutan son los nuevos, los que acuden sin prejuicios y se dejan llevar por sus metáforas sonoras y poéticas.

Vive desde hace unos cuantos años en Saconia, y hace vida de barrio: "En los años de la transición, el barrio de Saconia, que era conocido como Rojonia, tenía mucho movimiento. Ahora la gente es más tradicional y conservadora. Tenemos una estatua de Antonio Machado presidiendo la entrada de un aparcamiento. El lugar es punto de reunión de los jóvenes, que llaman a la estatua El cabezón, por su tamaño".

Nadie ha conseguido enseñarle a jugar al mus, por más que muchos de sus amigos lo han intentado. Gran aficionado al senderismo, en agosto gusta perderse por el Pirineo oscense o por los Picos de Europa. Un verano que le dio por Camarón, siguió al cantaor en todos sus conciertos. El Guerrero pacífico puede que no sea un santo, pero tiene éxtasis.

Pablo Guerrero actúa en Libertad 8 (C/ Libertad, 8). Domingos, a las 24.00.

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