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Caballos de copas

El hipódromo recupera con éxito las carreras nocturnas del verano, que permiten cenar o tomar una copa mientras se apuesta

Cada sábado de este verano, un centenar de personas espera a las puertas del hipódromo para acceder a las carreras nocturnas. Mientras aguardan, leen detenidamente el programa y discuten sobre las apuestas a realizar. Poco importa el criterio deportivo. Se dejan guiar por el nombre del caballo o del jinete y llegan dispuestos a pasar unas horas de distracción en un recinto enclavado en un lugar privilegiado de Madrid. Forman parte de las entre 15.000 y 25.000 personas que están acudiendo cada sábado a estas carreras recuperadas tras la entrada en la dirección del hipódromo del empresario Enrique Sarasola. El último sábado de julio se registró el récord nocturno del verano: 27.000 espectadores.Dentro, el público es variopinto. En el recinto exclusivo para los abonados las emociones de las carreras son más contenidas. Unos cenan en el restaurante mientras atienden a la actuación musical del día y otros se conforman con un bocadillo hasta que llega la primera carrera, al filo de las 23.00.

A partir de la segunda carrera, cuando la gente está ya tomando las copas, se palpa una mayor animación en las gradas. Se festeja más la victoria del caballo ganador y se corre a las taquillas a hacer la próxima apuesta. Pasadas las 2.00 de la madrugada empieza la última carrera.

La apuesta mínima es de 200 pesetas, la cantidad que la mayoría de la gente suele poner en juego, según cuenta Mariano, un empleado que trabaja en una de las taquillas. "No saben mucho de carreras y juegan al azar", añade. "Tampoco ganan mucho". El caso del matrimonio argentino formado por Carlos y Teresa, unos auténticos aficionados a los caballos que acuden a todas las carreras posibles, es el que menos abunda.

La mayoría es gente inexperta que aplica variados criterios para apostar. Victoria y Teresa, de 30 años, que venían por vez primera a las carreras, optaron por los nombres de los animales. Laura y Natalia, de 14 años, se fían más por el aspecto del caballo. Un grupo de veinteañeros juega con los números para elegir al vencedor.

Pero no importa porque, de hecho, las carreras nocturnas las reserva la organización del hipódromo para las yeguas y caballos de segunda fila, los que no suelen ganar carreras importantes. Los premios son también inferiores, así como las cantidades percibidas por las cuadras -entre 400.000 y 500.000 pesetas-, que suelen quedarse en una cuarta parte del dinero que se reparte en una carrera diurna.

Las primeras carreras nocturnas del hipódromo se han surtido, fundamentalmente, de invitaciones. La empresa que explota el recinto -Hipódromo de Madrid, SA- ha tomado la iniciativa de incentivar así la asistencia del público madrileño repartiendo entradas entre las empresas, las entidades bancarias o las tiendas, que a su vez las distribuyen entre sus clientes. El sistema, dicen, está dando resultados. "La gente viene primero por curiosidad, después se aficiona y vuelve", explica un empleado.

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El problema es que si uno no tiene invitación y tampoco suerte en las apuestas, la noche en el hipódromo no sale barata. La entrada cuesta 500 pesetas y un trozo de pizza, 400. A eso hay que añadir el dinero de las apuestas y el que uno sea incapaz de guardarse en el bolsillo ante la tentación de comprarse una camisa en el mismo hipódromo o tomarse una copa en la terraza, posibilidad esta última que también se tiene los jueves y viernes por la noche, cuando se abre la terraza con actuaciones musicales pero sin carreras. Las posibilidades nocturnas están abiertas hasta primeros de octubre, cuando el fresco de la noche deje de ser tan agradable como ahora.

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