El otoño del gladiador
Conocí a Kirk Douglas a raíz de la promoción de su autobiografÍa El hijo del trapero. Cuando llegó a mi programa, sólo quería permanecer tres cuartos de hora, pero al final dejó transcurrir tres horas. Se quedó fascinado con Nuria Espert, que estaba en vísperas de desplazarse a Israel para dirigir La casa de Bernarda Alba. Ella sentíase asimismo fascinada por un hombre al que admiraba desde niÑa. Ambos coincidimos en nuestra apreciación del personaje: es un hombre de extraordinaria cordialidad en quien se adivina la dureza de un pedernal.Terenci. ¿Qué pretendía demostrar cuando se pasó a la literatura después de una gloriosa carrera cinematográfica?
Douglas. Después de 80 películas, decidí que llevaba demasiado tiempo viviendo en el mundo de la ficción y quise comprobar si recordaba quién soy y cómo soy. Dejé de ser Kirk Douglas, astro de Hollywood, para recobrar a Issur Danielovitch, hijo de humildes emigrantes rusos. O sea que obré como un esnob a la inversa.
T. Su caso no es único en la historia de Hollywood...
D. Es cierto que otros actores han salido de ambientes traumáticos, y es posible que, en la necesidad de superarlos mediante la fantasía, resida el secreto. de muchas vocaciones.
De todos modos, dudo que actor alguno creciese en peores condiciones que yo. En casa éramos muy pobres, no había siquiera para comer. Esta espantosa situación sólo tenía una ventaja: estaba tan abajo que ya no podía bajar más. Sólo podía ir para arriba.
T. De usted se ha dicho que es un hombre muy ambicioso.
D. Siempre quise hacer algo positivo con mi vida. Además, dígame si se puede pensar de otro modo cuando uno se ha criado en el Bowery. Mi madre solía decirme que si cavaba en las calles más ricas de la ciudad encontraría. ladrillos de oro. [Se ríe]. Tuve que cavar muy hondo, tuve que ejercer los más duros oficios y no conseguía salir de la indigencia. Pasé por trances verdaderamente angustiosos hasta llegar al cine. Y aun esto fue de manera casual, pues lo que en realidad quería era convertirme en un gran actor de teatro, al estilo de Laurence Olivier.
T. Sin embargo, en sólo tres años pasó usted de debutante a actor consagrado, con títulos como Murallas humanas o Retorno al pasado. En 1949, tenía a Hollywood a sus pies, pero aceptó hacer una película de bajo presupuesto para un productor independiente...
D. Todo el mundo me tomó por loco cuando rechacé un lujoso proyecto de la Metro para hacer El ídolo de barro. "¿Quién es Stanley Kramer". Yo contestaba que había poco dinero, pero que de todos modos quería hacer la película. Nunca me habían ofrecido un papel tan violento. Acababa de hacer de profesor universitario, culto y refinado, en Carta a tres esposas. Todos los papeles que me ofrecían eran así: muy suaves, muy civilizados. Cuando por fin se estrenó El ídolo de barro no se hablaba de otra cosa en Hollywood. Fue la película que instituyó la reputación de Kramer y, al mismo tiempo, el na cimiento de un nuevo tipo de antihéroe. Yo pensé: "Bueno, a partir de ahora sólo te ofrecerán boxeadores y tipos duros". ¡Y así ocurrió!
T. Es cierto que el público le asocia con papeles brutales y un poco retorcidos, incluso decididamente perversos, como el periodista sin escrúpulos de El gran carnaval.
D. La verdad es que esta fama me la he ganado a pulso. Pero en alguna ocasión he interpretado personajes bondadosos y no han funcionado.' Siempre digo que la virtud no es fotogénica. Hay que ser un poco méchant [perverso].
El judío errante
Durante los años cincuenta, el hijo del trapero trabajó con los directores más importantes de Hollywood. Su currículo de aquella época es impresionante: desde westerns de gran calidad, como Río de sangre y Duelo de titanes a dramas muy potentes como El zoo de cristal, Brigada 21, Cautivos del mal...D. Son títulos que ya están en la historia del cine, pero no debe olvidarse de una pequeña joya de Edward Dmitrik, que también produjo Kramer: Hombres olvidados. Era la historia de un prestidigitador atormentado por los recuerdos de su experiencia en un campo de concentración nazi y que llega a Israel y toma contacto con su pueblo. A mí me ocurrió exactamente igual, porque el rodaje me permitió pasar mucho tiempo en un kibutz y convivir con la nueva generación de judíos.
T. En sus memorias, insiste en resaltar este aspecto de su personalidad. ¿Tan duro fue ser judío en el Bowery?
D. Ser judío es duro en cualquier lugar del mundo. El antisemitismo existía en mi niñez, existe ahora y, por desgracia, continuará existiendo. De todos modos, cuando dejé de llamarme Issur Danielovitch y pasé a ser Kirk Douglas muchas personas me decían: "Usted no parece judío en absoluto". ¡No sé qué significa esto! He visto a judíos con nariz larga y nariz corta, hablando en francés o en italiano, con la piel oscura o la piel clara; todo tipo de piel. Esto no constituye un problema; en cambio, sí lo es negarse a asumir la propia identidad. Yo asumí que ser judío es una suerte. Me siento orgulloso de la cultura judía.
T. William Wyler escribió que su trabajo con usted fue el más fructífero en toda su vida de director. También se expresa en parecidos términos Vincente Minelli. En cambio, otros directores le acusan de comportarse como un tirano...
D. Para mí es más importante la opinión de esos dos grandes directores que la de otros cuyo nombre no recuerda nadie. Si gente sin talento piensa que soy un tirano es porque yo les exigía el máximo y ellos no podían darlo.
T. En la cumbre de su carrera se convirtió en productor, lo cual implicaba, sin duda, un gran riesgo.
D. Mi amigo Burt Lancaster y yo fuimos los primeros actores en Hollywood que comprendimos la necesidad de romper con la dictadura de los grandes estudios. Ya no podía resignarme a coger un guión y recitarlo como un papagayo: quería participar de manera más activa en todos los aspectos creativos de una película. Y debo decir que disfruté mucho produciendo títulos como Senderos de gloria, Espartaco o Siete días de mayo.
T. A lo largo de su carrera ¿ha tenido que elegir a menudo entre el dinero y la calidad?
D. En cierta ocasión, Samuel Bronston me ofreció una fortuna para hacer La caída del Imperio Romano, pero yo la rechacé. ¿Sabe qué le digo? ¡Me equivoqué! [Risas]. Era tanto dinero que debería haberlo aceptado para invertirlo en otras cosas que realmente me interesasen y que implican un fuerte riesgo.
T. ¿Producir una película tan comprometida como Senderos de gloria implicó muchos?
D. Tuve disgustos, derivados de su prohibición en varios países, entre ellos España y Francia. Cuando leí el guión me enloqueció. Dije: "No Vamos a ganar un chavo, pero será una gran película". Busqué el dinero y después elegí personalmente a Stanley Kubrick como director. Hoy me siento orgulloso por haber contribuido a, la forja de una obra maestra.
T. Por cierto que, en sus memorias, dedica a Kubrick palabras muy duras...
D. Mire usted, Stanley llevaba un año trabajando para Marlon Brando en El rostro impenetrable y Marlon le puso de patitas en la calle y acabó dirigiendo la película él mismo. En aquellos momentos yo tenía mis problemas con el director que había elegido para Espartaco, que era Anthony Mann, y le pedí a Kubrick que le reemplazase. Él aceptó encantado. Conocía la novela de Howard Fast, el guión de Dalton Trumbo y disponía de un reparto con el que jamás había soñado. Todo parecía ir de perlas hasta que, después del estreno, me encontré con las declaracines de Stanley, abominando de lo que él mismo había hecho. Además, era un proyecto que a mí me costó levantar a base de esfuerzos sobrehumanos.
T. ¿Qué ocurre cuando debe pasar de un drama intimista como Brigada 21 a encarnar papeles colosales en películas de dimensiones mastodónticas como Ulises, Los vikingos o el mismo Espartaco?
D. Convendrá conmigo en que Espartaco es un caso muy especial. En esa ocasión podía mandar, así que dije: "Olvidemos que se trata de una superproducción, prescindamos del modelo de Cecil B. de Mille. Vamos a hacerla pensando que lo importante son los actores. Quiero que tengan más grandeza que los decorados. Tenemos a Olivier, Jean Simmons, Laughton, Ustinov y Curtis, sin olvidar a Kirk Douglas". Conseguimos que, en la pantalla, dominase un poder humano y no el que podía inventar un gran decorador o un buen especialista en batallas.
Desventajas del genio
T. Hablando de personajes "más grandes que la vida". En El loco del pelo rojo hizo usted un Van Gogh muy potente. Creo que hasta le puso el nombre del pintor a su segundo hijo...D. Peter Vincent Douglas.
¡Caramba con el niño! ¿Sabe que ha producido tres de mis películas? ¡Ya estoy empezando a trabajar para mis hijos! [Risas]. Pero, volviendo a Van Gogh, le diré que fue el personaje más importante de mivida, el que destruyó mis teorías sobre interpretación. Hasta entonces, siempre había opinado que un actor tiene que mantener el control sobre su personaje, nunca perderse en él. Cuando hice de Van Gogli empecé a perderme dentro deaquel carácter endiablado, me obsesioné; sólo vivía en función de su locura o su furia creativa. Todo el mundo daba por seguro que Van Gogh me serviría el oscar en bandeja. Debo confesarle que me sentí profundamente desilusionado cuando me lo negaron.
T. ¿No le entristece pensar que usted no ha ganado nunca un oscar y, en cambio, su hijo Michael ya tiene dos ... ?
D. Todo lo contrario: me enorgullece en gran manera, como todo lo que hacen mis hijos. En cuanto a Michael, a veces le digo: "Hijo mío, si cuando eras niño llego a saber que serías tan famoso te hubiera mimado mucho más...". Bromas aparte, cuando ganó su último oscar dijo cosas muy bellas sobre mí, cosas que me emocionaron mucho. Yo estaba en casa, viendo la ceremonia por televisión. No quise asistir. Y, ¿sabe por qué? Porque mis hijos nunca me han visto llorar. La victoria de Michael era algo entrañable, que deseaba vivir a solas. Porque, de acuerdo con mi filosofía, Michael es una prolongación mía, una parte de mí mismo. Fue como si el oscar lo hubiese ganado yo.
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