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Jacques Attali, el G-7 y los accionistas minoritarios luchan por el control del BERD

Enric González

El Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo (BERD) tiene tizna historia corta, pero tormentosa. Con apenas un año de funcionamiento, la entidad dedicada a promover el desarrollo de los países del este de Europa se vio sacudida en abrid por críticas generalizadas contra sus enormes gastos suntuarios y su baja eficiencia. Un sector de los gobiernos accionistas pidió la cabeza del presidente, el francés Jacques Attali.

Las maniobras de éste para conservar su puesto y el creciente enfrentamiento entre el bloque de los accionistas más ricos el resto del consejo ponen un gran interrogante sobre el rumbo de la institución.Los gastos internos del BERD sentaron muy mal al principal accionista, Estados Unidos. La factura de 10.000 millones de pesetas en decoración de la sede central y el elevadísimo presupuesto para Vuelos privados crearon en Washington la sensación de que el rumbo del banco requería un golpe de timón.

Lloyd Bentsen, el secretario del Tesoro estadounidense, inició una operación destinada a acabar con el polémico Attali y situar al frente del BERD a un hombre de Washington, Ernest Stern, hasta ahora vicepresidente del Banco Mundial. La operación debía implicar una transformación de la entidad hacia un modelo similar al del Banco Mundial, en detrimento del criterio fundacional de operar en la línea de los bancos de negocios (más asesoramiento que inversión directa).

Attali bloqueó fácilmente el plan de Bentsen, esgrimiendo la carta fundacional del BERD: sólo un europeo podía ser su máximo ejecutivo. Estados Unidos decidió entonces dar un rodeo para llegar al mismo sitio. Stern sería sólo el número dos del banco, pero con poderes ejecutivos.

A Lloyd Bentsen no le costó obtener el apoyo de sus socios en el G-7, el grupo de los siete países occidentales más ricos. Entre EE UU, Alemania, Japón, Francia, Reino Unido, Canadá e Italia sumaban el 54% de los votos en el consejo de administración del BERD, por lo que el éxito parecía asegurado. Pero Attali reaccionó con rapidez y astucia. Se atrajo a Stern y le ofreció inmediatamente el puesto de número dos, aunque sin los grandes poderes ejecutivos que esperaba Washington, y aceptó los puntos básicos de la reforma estratégica. La maniobra de Attali tenía dos objetivos: reducir el margen de maniobra de Stern y reforzar su propia posición. Hacia mediados del mes próximo se conocerán los resultados de la auditoría sobre gasto interno y eficiencia y podrá evaluarse cuánta responsabilidad tuvo Attali en todo ello. El presidente del BERD quiere que los accionistas lean el informe, presumiblemente dañino para los máximos directivos, con la cúpula de la entidad recién reorganizada y una nueva estrategia operativa. Attali espera ofrecer la impresión de que el rumbo de la entidad ha sido ya enderezado y no hace falta su propia sustitución.

Los esfuerzos de Attali por salvar su puesto se solapan con la apertura de un nuevo frente de fricciones: los socios minoritarios del BERD, que agrupa a 54 estados y organismos internacionales, se han rebelado contra la prepotencia de Estados Unidos y el G-7. La ministra de Finanzas de Suecia, Anne Wibble, presidente del consejo de gobernadores del banco, insistió el lunes en que cualquier reorganización de la directiva o cambio estratégico debían ser refrendados por todos los accionistas, y no por un grupo de ellos (el G-7) o sólo por el presidente. La reacción de los minoritarios ha dejado en el aire la prevista reorganización y mantiene la incógnita sobre el rumbo del BERD.

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