El estado de las sinapsis

Sería instructivo conocer si en otros países democráticos se ha llegado a producir en algún momento de la historia moderna un fenómeno de saturación electoral tan espeso como el que estamos sufriendo. Algo debe de funcionar mal en los medios de comunicación o en la comunicación partidaria para haber alcanzado este punto de sobrecarga, que ya incapacita para recibir una palabra política más. Alguien debería tener en cuenta que, si llevamos meses de campaña electoral, lo proporcional sería conceder no una, sino varias jornadas de reflexión que permitieran salir al cine, visitar el Botánico, recuperar un clima de relativa transparencia mental. No han de quedar muchos, al día de hoy, que, dispuestos a dar su voto, no sientan a la vez su derecho como un ejercicio de liberación.Pesados, muy pesados. Unos y otros. Los emisores y los transmisores. Cuesta aceptar que cuando en teoría los candidatos se presentan en la radio y en la pantalla para tratar aquellos asuntos que se refieren a nuestras vidas, se acabe pidiendo que concluya la emisión.

Aun tratándose del mejor de los confites, aprovisionados por toneladas, tendríamos razones para decir basta. Mucho más cuando las peroratas se han sucedido con dosis altísimas de plomo que si, de una parte, han intoxicado las sinapsis, de otra han ido ofuscando la percepción de soluciones creativas para este país.

Soportamos un tiempo de crisis. Y, como es patente, una grave crisis de comunicación. Se tome como se tome, la política no podrá repetir las fórmulas de esta campaña si los políticos aspiran todavía a recabar el entusiasmo y la participación. Los sectores con problemas de empleo, los pequeños y medianos empresarios, los grupos marginales, los maltratados por la justicia, la sanidad o la Administración, los ciudadanos de clase media atrapados en la indeterminación de su porvenir, han comprobado cómo se apagaban sus fuerzas a lo largo de miles y miles de palabras, hectáreas de palabras en jornadas agotadoras. El descrédito de la política se cultiva en estos anchos y vacuos desiertos del sentido. Ayer mismo, cuando nos empezábamos a incorporar, entumecidos por el infinito debate de la madrugada, todavía, a toda plana, en los diarios se anunciaba para esta noche una nueva entrevista con José María Aznar. "Todos en la Primera", clamaba el anuncio. Y añadía, "... el líder del Partido Popular será entrevistado en profundidad" (nada menos). "Conozca su visión sobre la realidad actual y todas las propuestas de su programa electoral". No diré que no sea así. Pero ¿cómo impedir, a estas alturas, que la promesa de un reclamo semejante evoque la publicidad de un crecepelo?

Reflexión, ¡ya!