El Naranjito y Coby
LOS PAISES, como los individuos, suelen tener ataques de nostalgia cuando no se encuentran en buena condición física y/ o psicológica. La idealización del pasado suele ser casi siempre el reverso de la dureza del presente.Tal sentimiento no es siempre negativo. A veces sirve para tener una mejor comprensión del pasado, para rectificar juicios y ser más justos con nosotros mismos. Pero a veces degenera de una manera enfermiza, sirviendo exclusivamente para debilitarnos todavía más e incapacitarnos para hacer frente a los problemas que se tienen que resolver.
Algo de esto es lo que está pasando en España. La nostalgia de los primeros años de la transición está adquiriendo unos tintes patológicos realmente preocupantes.
Por eso me voy a permitir recordar algo que no es opinable y que me parece que puede situarnos ante la realidad: en el mes de junio se van a cumplir 11 años de la celebración en España del Campeonato Mundial de Fútbol de 1982. En agosto va a hacer uno de la celebración de los Juegos Olímpicos. El primero se organizó bajo el Gobierno de UCD; los segundos, bajo el Gobierno del PSOE.
Creo que es imposible encontrar un ejemplo más gráfico de la transformación experimentada por España en la década que el resultante de la confrontación entre estos dos acontecimientos deportivos, pues, como todo el mundo sabe, tales acontecimientos no son puramente deportivos, sino que reflejan la situación general del país. Los Estados mejor organizados política y económicamente, los países más cultos, son también los mejores deportivamente.
En 10 años, España ha pasado de El Naranjito a Coby, de ser el Estado que organizó el peor campeonato del mundo para el país anfitrión desde que empezaron este tipo de eventos a ser el país anfitrión de uno de los mejores juegos olímpicos de la época moderna.
Esto es lo que ha pasado en España en estos 10 años. De ser un país acomplejado, sin confianza en sí mismo, incapaz de prepararse para competir internacionalmente, a otro que ha demostrado que no tiene por qué tener complejos y que, cuando se tiene confianza en los ciudadanos, es capaz de competir razonablemente en la primera división.
Por eso no acabo de entender el catastrofismo que se le está vendiendo al país en esta campaña electoral ni el ataque de nostalgia que se ha desencadenado respecto de los primeros años de la transición.
Que estamos en medio de una crisis económica y que tenemos problemas, sin duda. Pero por primera vez en los últimos 200 años (350 según Malefakis) nuestros problemas no son los de un país pobre, distintos de los problemas de los países que están en la cabeza del pelotón. Son los problemas de Inglaterra. El punto de comparación de España no es Grecia o Turquía, como se dijo en el debate televisado del lunes pasado. Muy poca confianza hay que tener en el país para decir esas cosas. España está compitiendo en otra división.
Y ahí se mantendrá, si no hacemos tonterías, si no tiramos piedras contra nuestro propio tejado y si no le transmitimos a los ciudadanos un mensaje de impotencia y de fracaso.
A medida que se va desarrollando la campaña electoral cada vez me resulta más difícil de entender que una sociedad que ha llegado hasta Coby esté experimentando la tentación de volver a El. Naranjito.
es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla.
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