_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El otro José María

Soledad Gallego-Díaz

Stanis, el conductor de Aznar, le da fuerte al coche. Su jefe ha terminado tarde un mitin en una ciudad y tiene que llegar a otra con tiempo para cenar e inaugurar la campaña electoral. "No te quejes -me comenta un miembro de la comitiva- Cuando José María coge el volante, vamos todavía más deprisa". No le pega al candidato conservador ser un "loco del volante", una especie de Fangio castellano que, con autopista por delante, disfrute subiendo la aguja hasta los 180. Pero hay muchas cosas en José María Aznar que todavía no se explican. Casi se diría que disfruta tanto conduciendo como manteniendo la opacidad. "Me las he arreglado para que no me conozcan mucho, ¿verdad?". Lo dice con tono irónico, pero, pensándolo bien, es difícil detectar si lo lamenta o si está satisfecho de ello. Le conozcan o no, les resulte arrebatador o no, sus seguidores están por primera vez convencidos de que tiene el Gobierno, o al menos la victoria electoral, al alcance de la mano. Esta vez se lo creen. Y se nota. Cuando en la campaña de 1989 le gritaban "¡Presiden te, Presidente!", a nadie se le erizaba el pelo de emoción. Las personas que abarrotaban el otro día un teatro de Bilbao sufrían auténticos escalofríos. No sólo ya no tienen miedo de decir en alto que votan a la derecha, sino que pueden, incluso, intentar convencer a su vecino de la "necesidad del cambio".

Lo único que parece irritar a los militantes populares es, precisamente, que esos escalofríos no suban hasta el escenario. Muchos hubieran preferido que se destapara el conductor deportivo que Aznar lleva dentro. Lo más probable es que no lo consigan a lo largo de toda esta campaña. "Veremos cuando sea presidente", susurra a mi lado un viejo militante. Por ahora, nada augura que sus deseos se vayan a cumplir.

El candidato conservador, bien al contrario, pule día a día su imagen moderada y entierra bajo el abrazo de los antiguos líderes de UCD, que le acompañan y arropan, cualquier inquietud ante su posible vocación de piloto amante de las emociones fuertes. "Ha hecho con el PP lo que Clinton hizo con el Partido Demócrata norteamericano: adaptarlo a una nueva realidad, arrancar la imagen de radical y perdedor", asegura un político centrista que ahora milita en sus filas. "Y aunque no consiguieramos ganar estas elecciones, ya no habrá vuelta atrás".

Moderado no quiere decir inconsistente. Los asesores de imagen de Aznar se preocupan porque no han conseguido transmitir la impresión, básica según los manuales de un candidato presidencial, de que Aznar ama la política y el poder.

Vargas Llosa, escritor y frustrado político liberal (perdió unas elecciones en Perú), decía que no se puede llegar a presidente sin sentir una atracción obsesiva, casi física, por el poder. Aznar no piensa que sea necesario llegar a tanto, pero reconoce suavemente que la política tiene "rnorbo", un morbo, en su caso, muchas veces solitario que no le produce vértigo, pero que le calienta el corazón.

"Si no existiera ese morbo, ¿cómo podría explicarse que alguien dedicara su vida a esto? Recibir un golpe, volverse a levantar y proseguir... Sí, claro que tiene un atractivo especial", explica, mientras mira de reojo hasta dónde ha llevado Stanis la aguja del velocímetro. Transmitir ese calor que calienta las venas de Aznar cuando se sube la velocidad o cuando se siente cercano al poder es el trabajo más urgente de sus asesores.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_