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El Barca se estrella en el muro de Bilbao

El Barcelona demostró en San Mamés una inoperancia ofensiva que acabó por conducirle a la derrota. La frialdad del juego azulgrana desató las iras del Athletic, que en la segunda mitad se sacó el miedo del cuerpo y encajonó a un Barca que recurrió al bombardeo como único argumento futbolístico.El partido adquirió pronto un espíritu climatológico. La calidad azulgrana, exquisita pero tierna con el balón, sólo se rompía con rachas atemporaladas del Athletic en busca del contragolpe. La desgracia rojiblanca, en la primera mitad, fue que sus chaparrones se difuminaron siempre en las ventoleras de Ziganda, servicial con sus oponentes y maleducado con la generosidad de sus compañeros.

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El Barça se encontró desde el pitido inicial con el partido a su servicio. El campo, el balón y el reloj eran suyos. El Athletic reconocía la superioridad de sus rivales y le entregaba medio campo para que Bakero, Witschge, Amor y Koeman se entretuvieran dibujando su particular geometría futbolística, un rombo aquí, un triángulo allí, mientras Cruyff sometía a sus delanteros a un continuo cambio de posiciones como antídoto a su gelidez.

La clase de geometría tenía sin embargo una asignatura pendiente y no en vano la que define a la línea recta como la distanciamás corta entre dos puntos. Sin Laudrup ni Guardiola, el Barça practicó en los primeros 45 minutos todas las suertes futbolísticas menos la profundidad en sus acciones. Hasta el minuto 25 no probó fortuna ante el marco de Valencia con un disparo lejano de Koeman que repitió en un libre directo con igual infortunio. Tal fue el único bagaje ofensivo de los discípulos de Cruyff.

El discurso futbolístico era sin duda florido pero sonaba a hueco. Tanta charla insulsa con el balón acabó por inquietar al Athletic, aburrido de tanto cabecear tras el balón y los borceguíes de sus oponentes. La exhibición azulgrana obró paradójicamente en beneficio rojiblanco, que comenzó a creer en sus posibilidades para ganar el partido.

Cruyff, tras el descanso, cambió a Koeman, lesionado, por Guardiola en busca de la rectitud y el orden futbolístico pero el Athletic había cambiado algo más decisivo en estos casos, la fe y la moral. El producto final fue que Cruyff no obtuvo beneficios de su decisión y el Athletic diseñó un fútbol vertiginoso que adquiría en las botas de Guerrero y Mendiguren la belleza necesaria para brillar con luz propia.

Al filo del cuarto de hora de la reanudación, Guerrero se sacó del zapato un envío a Carlos García que heló a los defensores barcelonistas. El disparo final de Lakabeg inauguró el nerviosismo de Zubizarreta. Cruyff sentó a Julio Salinas para que Nadal reforzara el ataque, pero la siguiente jugada Mendiguren estrenó el marcador con un disparo manso pero muy bien dirigido, con gran intención.

A partir de entonces el discurso estético del Barça se truncó en vocerío. Con Nadal en un vértice y Bakero en el otro, en papel de postes, los azulgrana tradujeron el partido en un bombardeo ineficaz que apenas se cobró dos remates de Witsclige y Nadal en otras tantas indecisiones defensivas. El fervor y la ciencia intercambiaron sus protagonistas en San Mamés. El Barça jugó buena parte del encuentro a la antigua usanza rojiblanca y el Athletic lo hizo en la segunda mitad al estilo Cruyff.

El bombardeo final reconstruyó la épica del fútbol. Desaparecidas las habilidades de Begiristain o de Eusebio el Barça agrandó el diseño de sus triángulos al tamaño que dibujan las botas de Guardiola con sus envíos aéreos a Nadal y Bakero. Resultaba patético tal ejercicio histórico si no fuera por la belleza de la contienda librada entre el mallorquín y el joven Carlos García, que reverdeció la historia amarillenta del fútbol de tronío.

Paradójicamente fue el Athletic el que bajó el balón al césped y se movió en las distancias cortas con una soltura insospechada.

Los experimentos de los banquillos tienen un límite y luego las estrategias quedan al albur de los futbolistas. El Athletic desató la tormenta con precisión cuando el Barça pretendía mantener la calidez del ambiente. Sin paraguas y a la intemperie, naufragó con honradez pero sin argumentos. La Liga adquiere ahora mayor temperatura.

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