El corazón late latino en Puerto Rico

El español enfrenta a los nacionalistas con los que quieren pertenecer a Estados Unidos

El español se ha hablado y se hablará siempre en Puerto Rico, porque es la lengua vernácula que se hereda de padres a hijos. El inglés, necesario para cohabitar con la metrópoli norteamericana, se habla lo justo y preciso para que este estatus se mantenga. Éste ha sido el éxito de Puerto Rico a lo largo de este siglo y lo que le permitió en los últimos tiempos un tratamiento especial como Estado libre y asociado. Lo demás es una guerra entre los que quieren un Puerto Rico dentro de Estados Unidos y quienes lo anhelan como nación independiente.

La isla es toda ella como una ciudad no...

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El español se ha hablado y se hablará siempre en Puerto Rico, porque es la lengua vernácula que se hereda de padres a hijos. El inglés, necesario para cohabitar con la metrópoli norteamericana, se habla lo justo y preciso para que este estatus se mantenga. Éste ha sido el éxito de Puerto Rico a lo largo de este siglo y lo que le permitió en los últimos tiempos un tratamiento especial como Estado libre y asociado. Lo demás es una guerra entre los que quieren un Puerto Rico dentro de Estados Unidos y quienes lo anhelan como nación independiente.

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La isla es toda ella como una ciudad norteamericana, espaciosa, cómoda, sin grandes miserias marginales y con una red de comunicaciones, pese a la reducida extensión del territorio, envidiable en todo el Caribe. Los puertorriqueños tienen su bandera propia, que la ondean al ras de la norteamericana. Su economía gira en tomo al dólar, divisa que se mueve ligeramente en el país a través de un turismo esencialmente norteamericano y de la vieja industria azucarera, hoy trastornada por la baja de los precios.Casi tres millones y medio de puertorriqueños viven en la isla y poco más de dos en Estados Unidos. Allí no son emigrantes, como ocurre con los mexicanos o con otros pobladores originarios del Caribe, sino ciudadanos norteamericanos con los mismos derechos civiles que cualquier otro y que pueden salir y entrar de Puerto Rico sin ningún tipo de trámite aduanero. Si son residentes en Estados Unidos pueden incluso hasta ejercer su derecho al voto, lo que cambia si regresan a Puerto Rico, donde tienen sus propias leyes y su propio sistema de Gobierno.

Prácticamente todos los puertorriqueños se sienten cómodos con esta situación especial con Estados Unidos y lo contrario no se justificaría con la realidad, pero el corazón late latino. Hay, sin embargo, quienes como el gobernador Pedro Roselló, un joven pediatra sin apenas experiencia política, que piensan que si se ha dado ya este paso por qué no ya intentar el otro: la anexión, lo que convertiría a Puerto Rico en el 51º Estado de la Unión, le proporcionaría dos senadores y lograría en la Cámara de representantes al menos siete diputados, instalándose numéricamente por delante de 16 de los actuales Estados, alguno de ellos fundadores de la nación americana.

Sueño de azucareros

Esto es un sueño que ya anhelaban las viejas familias azucareras cuando España perdió esta colonia a finales del siglo pasado y que los nuevos colonizadores nunca compartieron, al margen de la cuestión idiomática. "No lo ha, conseguido la capital Washington, que es distrito de Columbia, cómo lo vamos a conseguir nosotros, que estamos a 1.000 millas de Miami", asegura un joven universitario. Este sueño fue también el que dio origen al Partido Nuevo Progresista (PNF.), que es al que representa ahora Roselló, un hombre joven que rompe con la tradición al llegar al Gobierno de Puerto Rico sin otra destreza política que la que ha adquirido, por su condición de médico, como funcionario de Salud.Pero los antecesores de Roselló de este "sino partido, como los ex gobernadores Luis Antonio Ferré, fundador del primer periódico en español de la isla, o Carlos Romero Barceló, actual comisionado residente en Estados Unidos (segundo puesto de elección popular tras el de gobernador), fueron gente de tacto político. Todos supieron conjugar sus ideas anexionistas sin provocar heridas idiomáticas o alterar el equilibrio entre quienes quieren un Puerto Rico independiente, asociado a Estados Unidos o dentro de éste.

Hasta 1991 en Puerto Rico se hablaba, se escribía, se cantaba y se amaba en español, pero, oficialmente, probablemente para tener contento a los Estados Unidos y para resolver con mayor facilidad los trámites administrativos y financieros con la metrópoli, existían dos idiomas, el de siempre y el inglés.

Los norteamericanos, en 1902, cuando soñaban con hacerse totalmente con la isla, creyeron que con una expedición de maestros iba a ocurrir en Puerto Rico lo mismo que en Filipinas. Y fracasaron estrepitosamente regresando a Estados Unidos con. el paso cambiado: fueron ellos quienes aprendieron el español y no los puertorriqueños los que se hicieron con el inglés.

Desde entonces, el inglés ha permanecido cooficializado con el español, pero esto no afectaba en absoluto al pueblo, que tenía ya muy avanzada la consolidación de su propia cultura nacional, mezcla de lo colonial dejado por España, lo criollo ya extendido en la isla y lo africano que aportaron los esclavos.

Fue el gobernador Rafael Hernández Colón, del Partido Popular Democrático (defensor del Estado libre y asociado) quien en 1991 acabó con la oficialidad del inglés y le dio al español rango de idioma único, lo que le valió el premio Príncipe de Asturias y el aplauso del Partido Independentista (PIP), minoritario pero ruidoso porque tras él se aglutinan los principales artistas e intelectuales del país.

Ahora Roselló se ha vengado de Hernández Colón y, tras su victoria electoral, ha vuelto a restaurar el inglés en su nivel de oficialidad anterior. 100.000 personas le han llenado ya el capitolio con banderas patrias como señal de repudio a su decisión y la sociedad puertorriqueña ha entrado en una guerra cultural donde el sentimiento nacionalista se está imponiendo por encima del contencioso diplomático.

El grito de guerra no se ha hecho esperar: "Puerto Rico es una nación y su lengua el español".

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