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Reportaje:

Diana sedujo a la prensa

Una carta revela que los príncipes de Gales utilizaron a los periódicos para airear sus desavenencias

Enric González

La prensa estaba destruyendo la monarquía británica. Había que someter a la prensa. El Gobierno pensó en crear un tribunal especial contra los medios de información: era intolerable, decían, la presión periodística sobre las vidas privadas de los príncipes. Así estaban las cosas hasta ayer, cuando uno de esos periódicos que necesitaban bozal -el muy riguroso The Guardian- publicó una carta confidencial escrita por el presidente de la actual Comisión de Quejas contra la Prensa, y dirigida, precisamente, al hombre que ha elaborado el proyecto de legislación contra la prensa.

En la carta se admitía que, sin la menor sombra de duda, tanto el príncipe como la princesa de Gales "habían reclutado periódicos nacionales para publicar sus propias versiones sobre su crisis matrimonial". Y se señalaba directamente a Diana, la princesa, como consumada manipuladora de periodistas.

La carta, fechada el 11 de diciembre de 1992, no tenía desperdicio. Reflejaba la desolación de lord McGregor, el hombre que durante el último año y medio se ha encargado de supervisar las extralimitaciones de la prensa, ante la hipocresía de quienes -se suponía- eran los mayores perjudicados por esos abusos.

Reflejaba el bochorno de un hombre que, en pleno fragor informativo sobre las desavenencias de los Gales, había lanzado un agrio ataque contra la prensa ("odiosa exhibición de periodistas mojando los dedos en el contenido de las almas ajenas") sólo para averiguar, al día siguiente, que la princesa de Gales colaboraba activamente en la difusión del libro Diana: su verdadera historia, escrito por el periodista Andrew Morton. No sólo eso: la princesa estaba en contacto permanente con News International (editora de periódicos como The Sun, The Sunday Times y The Times) y le suministraba cotidianamente su dosis de exclusivas.

"Las acciones de la princesa de Gales en esta situación causaron un profundo embarazo a la Comisión [de Quejas contra la Prensa]", decía lord McGregor en la carta, dirigida a sir David Calcutt, pero remitida también al primer ministro los líderes de ambas cámaras y otros altos personajes. No menos embarazo causó sir Robert Fellowes, secretario privado de la reina Isabel II -y cuñado de Diana de Gales-, al asegurar a lord McGregor que ni el príncipe ni la princesa habían colaborado de ningún modo en la difusión de informaciones. Fellowes se disculpó después ante el presidente de la comisión diciendo que había ofrecido "de buena fe" la falsa garantía.

La carta, autentificada ayer por el propio lord McGregor, dejó en una postura muy delicada al primer, ministro (John Major conocía las relaciones secretas de los Gales con la prensa, pero afirmó, sin embargo, que ésta era la única culpable), a los colaboradores directos de la reina (mintieron hasta el último momento) y a los príncipes de Gales. Carlos y sobre todo Diana de Gales utilizaron la prensa para ventilar sus rencillas personales. El "sórdido asunto" (en palabras de The Guardian) parecía invertir los términos de la situación: la monarquía estaba destruyendo la prensa británica. Habría que someter a la monarquía.

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