Presidente Clinton
Cuando George Bush anunció, hace menos de dos años, el advenimiento de un nuevo orden mundial bajo el liderazgo norteamericano, poco imaginaba que ese nuevo orden mundial se tornaría en desorden y que él no sería el líder de su país. Como tampoco imaginaban hasta hace pocos meses los gobernantes europeos que uno de sus principales interlocutores en este decisivo fin de siglo sería un oscuro gobernador sureño de uno de los Estados más atrasados de la Unión, aunque, eso sí, licenciado en Derecho por Yale y Oxford. Y, sin embargo, salvo imponderables (que en política son frecuentes), Bill Clinton será elegido presidente de Estados Unidos el martes 3 de noviembre. Cierto es que, a una semana de la elección, su ventaja en las encuestas se ha reducido, aunque se sitúa todavía entre cinco y diez puntos, según las fuentes. El principal imponderable se llama Ross Perot. El candidato independiente ha subido tanto en popularidad, tras un bombardeo televisivo pagado de su billonario bolsillo, que ha empezado a restar votos a Clinton, naturalmente a base de atacar a Bush. Sin embargo, como se sabe, la elección presidencial norteamericana se decide por votos electorales atribuidos a cada Estado en proporción a su población. Quien gana un Estado, aunque sea por un voto, se lleva todos los votos electorales del Estado. Hacen falta 270 votos electorales para ser elegido presidente. El análisis más completo de la situación, Estado por Estado, que he podido consultar data del 22 de octubre, tras los tres debates. presidenciales, y considera a Clinton ganador seguro. En realidad, lo que está ocurriendo es que, ante la inminencia de una victoria demócrata en la Casa Blanca, se está produciendo un corrimiento electoral hacia lo! candidatos demócratas en el Senado, en el Congreso y en las elecciones a gobernador, hasta el punto de que varios importantes candidatos republicanos critican a Bush en sus campañas. El 4 de noviembre, Estados Unidos podría amanecer con un país políticamente desplazado hacia la izquierda y con una nueva generación en el poder.¿Cómo ha sido posible tan rápido cambio político, después de que Bush alcanzara los más altos índices de popularidad de la última década tras la guerra del Golfo, y después de que Clinton sufriera ataques devastadores durante todo el año sobre su pasado antimilitarista, sus líos de faldas y su falta de definición sobre algunos temas? En realidad, esta elección, más que ganada por los demócratas, ha sido perdida por los republicanos. Pero no tanto por sus errores tácticos (que han sido colosales, en contraste con la calidad del trabajo de los asesores de la campaña de Clinton), sino por el agotamiento histórico de lo que han sido los tres temas esenciales republicanos desde hace varias décadas: el anticomunismo militante y militar ligado a la guerra fría, el liberalismo económico como receta para el crecimiento de la economía y la afirmación de los valores tradicionales de la familia, incluyendo en dicha afirmación la restricción del derecho al aborto y la discriminación contra los homosexuales. Hoy, la guerra fría ha terminado, y el intento de resucitar enemigos artificiales no ha cuajado en absoluto en la opinión pública, una vez asegurado el suministro de petróleo. El liberalismo económico de la era Reagan ha llevado a Estados Unidos a un desastre económico cuyas consecuencias se han revelado en toda su magnitud en los dos últimos años. Y el intento de la convención republicana para movilizar a la derecha en torno a los valores familiares tradicionales provocó el rechazo fulminante de la mayoría de los electores, sobre todo de las mujeres, en particular por el intento de reformar la Constitución para prohibir el aborto en cualquier supuesto. Norteamérica y el mundo han cambiado profundamente; los republicanos, no. La Administración de Reagan fue, en realidad, el último tango en Washington. Y ésta es la clave del éxito de Clinton.
Clinton, a sus 47 años, representa los valores mayoritarios de la clase media norteamericana, un país en el que el 31% de la población son ejecutivos, profesionales y técnicos, y otro 29% son empleados. Son generalmente valores liberales, tolerantes, en los que los derechos de la mujer, la educación de los niños y la conciencia ecológica ocupan un lugar preponderante. De ahí la importancia de la vicepresidencia de Gore (que juega su carta en la ecología) y de la personalidad de la señora Clinton, abogada feminista especializada en temas infantiles. Es la nueva Norteamérica, para la que el hecho de que el joven Clinton se manifestara contra la guerra de Vietnam, eludiera el servicio militar y fumara marihuana (entre otros placeres) es más un motivo de complicidad que de rechazo. Pero, al mismo tiempo, Clinton es un político pragmático y moderado que, por ejemplo, comparte la preocupación general sobre la delincuencia y propone como primer remedio aumentar las patrullas policiales. El principal problema que plantea para el futuro esta nueva base social de los demócratas es que durante la campaña se ha tendido a relegar a un segundo plano los graves problemas de las minorías étnicas, a pesar del aviso dado por Los Ángeles el pasado abril. Los asesores de Clinton piensan, sin embargo, que para atacar de raíz los problemas de la pobreza urbana hay que dinamizar la economía en primer lugar.
En efecto, la elección sé ha jugado sobre todo en torno al debate sobre la política económica. Y la reconstrucción de la economía norteamericana, sumida en una crisis estructural, será la prioridad absoluta de la presidencia de Clinton, incluso con un cierto tono nacionalista, que se hará notar en las negociaciones de comercio internacional. El programa demócrata parte de una crítica devastadora del liberalismo económico y de las rebajas de Impuestos para los ricos con objeto de estimular la economía. Clinton promete una reducción gradual del déficit presupuestario y, por tanto, asume el imperativo una política fiscal rigurosas. Pero, sobre todo, su programa se basa en la apuesta por un papel activo del Estado en la economía, aunque con una intervención del Estado de nuevo tipo, más al estilo japonés de intervenciones estratégicas en educación, en la tecnología y la creación de infraestructura que al estilo europeo tradicional de incremento del sector público. En particular, la política industrial y la modernización tecnológica de las empresas industriales constituyen el eje central de la estrategia económica de Clinton. La inversión para los nuevos programas (estimada en 150.000 millones de dólares en cuatro años) sería financiada con una subida de impuestos para los sectores más pudientes y para las empresas extranjeras en Estados Unidos y con el trasvase de una parte los fondos actualmente destinados a defensa y que Clinton propone reducir de forma significativa.
Sin embargo, tal vez lo más importante de la actual elección presidencial es que, por primera vez desde hace muchos años, ha suscitado una verdadera movilización política en amplios sectores de la población que ver posibilidad de una renovación de los valores políticos: se aprecia una inscripción sin precedentes en los registros electorales, algo que en Estados Unidos es un acto voluntario; decenas de miles de personas asisten a los mítines de Clinton en todo el país. Y es que la posibilidad de una victoria de Clinton ha desencadenado fuerzas de esperanza para la sociedad y de reconstrucción para el país que superan con mucho los valores intrínsecos del programa propuesto. La esencia de la campaña de Clinton está contenida el eslogan que el futuro predente repite continuamente, una cadencia familiar a nuestros oídos: "Por el cambio".
es catedrático de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.