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La obsesión de un hombre

Joaquín Estefanía

Una mayoría muy significativa de la sociedad apostó en 1982 por la presencia de los socialistas en el poder. De lo que se trata ahora es de saber si, 10 años después, los ciudadanos españoles repetirían su opción para llegar al siglo XXI bajo los mismos criterios políticos. Algo parecido a lo que sucede en Estados Unidos, aunque con los papeles ideológicos transmutados: si se prefiere el cambio, aunque incorpore muchos elementos de lo desconocido (Clinton y los demócratas) o se antepone la seguridad y se vota más de lo mismo (Bush y los republicanos).Hacer un balance de la década de un Gobierno mientras ese Gobierno permanece en el poder plantea varios problemas metodológicos perversos que sesgan irremediablemente el resultado.

Pasa a la página 15 Artículo de Narcís Serra en la página 21 Editorial en la página 14

La obsesión de un hombre

Viene de la primera páginaAsí se experimentó hace un año en Francia, cuando correspondió la misma reflexión sobre los 10 años de Mitterrand. En primer lugar, ese Gobierno, y el partido que le apoya, plantea una campaña apologética de los logros obtenidos (véase el comic de la campaña); como consecuencia, la oposición y la prensa realizan el contrapeso y tienden, por compensación, a una crítica subida de tono de la acción del Ejecutivo. El segundo punto de referencia no tiene que ver con la realidad, sino con las expectativas generadas; cuanto mayores fueron esas expectativas, superior es el grado de frustración que se. manifiesta. El asunto se complica más aún cuando la coyuntura, es decir, el momento en que toca dibujar la raya y establecer las conclusiones de un periodo histórico, coincide con un estado de crisis económica aguda.

Partiendo de estas premisas, es necesario acudir a los estados de opinión. EL PAÍS ha encargado un sondeo (que publica hoy -páginas 22 y 23 de Perfil de una década- junto al balance de los 10 años de gobierno socialista en España realizado por el equipo de redacción del periódico), cuyo resumen es el siguiente: en comparación con otras épocas de nuestra historia, la década sale bastante bien librada; en relación con las expectativas creadas, los ciudadanos esperaban mucho más; conforme han ido pasando los años, la acción de gobierno ha empeorado; por último, los encuestados creen que el PSOE ha girado ideológicamente y se ha hecho más de derechas.

Para analizar dónde estamos es preciso recordar de dónde partíamos. Ejercitar la memoria histórica. Sólo así se puede elaborar un juicio ecuánime sobre los claroscuros socialistas. Felipe González llega a La Moncloa poco después de un gigantesco trauma: el golpe de Estado del 23-F. En los inicios de 1983, tras el asesinato del general jefe de la División Acorazada Brunete, González acude a la misa con motivo de la festividad de la Inmaculada, en la sede de esa división; es su primera gran fotografía pública y, como tal, se convierte en un símbolo. Pocos días después, el presidente de Gobierno se reúne con un grupo de intelectuales y les pide su opinión; uno de, ellos le responde: lo más importante es llegar a las próximas elecciones, resistir. Así pues, uno de los elementos fundamentales de cualquier estado de cuentas es la consecución de la estabilidad democrática, inédita por su profundidad y extensión en la historia reciente. Sólo por esta estabilidad ha merecido la pena todo.

Pero hay más. El segundo gran logro socialista es la ruptura del aislamiento internacional y situar a España en el contexto de las naciones desarrolladas. El referéndum de la permanencia en la OTAN, tras una gran contorsión que dividió al país en dos pedazos; el nuevo tratado con Estados Unidos; la preparación de la conferencia de paz árabe-israelí, y, sobre todo, el ingreso en la Comunidad Europea y el proceso de unión económica y monetaria son los ejes de una política manifiestamente positiva, en la que nuestro país, a través de González y su equipo (en el que brilla con luz propia uno de los desaparecidos en este periodo, Francisco Fernández Ordóñez), ha obtenido un surplus en su influencia y significación desproporcionado en relación a la importancia real de España en el mundo.

La tercera pieza en el haber del PSOE tiene que ver con las condiciones reales en las que vive la generalidad de los ciudadanos. Pese a las dificultades actuales, si se eliminan los abundantes rasgos de demagogia de los predicadores y se utilizan las estadísticas de los científicos y una percepción objetiva del sentido común, hoy se vive en España -en general- mejor que hace 10 años, la sociedad es más equilibrada, y ello no es sólo fruto de la evolución natural, sino de una política económica y social acertada en sus rasgos principales. Por contra, la sociedad dual no ha desaparecido, y se pueden hacer muchas matizaciones a la ma yor de las premisas, como las bolsas de marginalidad en las grandes ciudades, la aparición de nuevas desigualdades, el número de parados o el incremento de la precarización en el empleo, que forman parte del debe. Pero las excepciones no sirven para ocultar lo esencial: los españoles han dado un salto cualitativo en el ranking del bienestar. La universalización de la sanidad y de las pensiones ha sido un elemento básico del es quema aplicado.

No es poco, pues, lo avanzado. Pero la administración de la década no ha sido lineal, y en los picos de sierra hay abundantes puntos bajos. Muchos socialistas entendieron desde el principio que debían medir sus éxitos en hechos tangibles, pero empolvaron los valores. Sobre todo los valores pablistas (de Pablo Iglesias) que formaban parte de su historia y de su legitimidad: honradez, austeridad, profundización de la libertad, igualdad, solidaridad, etcétera, pasaron a segundo plano, en beneficio de la eficacia económica de forma unívoca. Confundieron los instrumentos con los fines. El papel subsidiario de los valores tradicionales del socialismo en el discurso central de estos años ha penetrado en la cultura cívica de todos los ciudadanos, que se ha deteriorado. Aumentan así los fenómenos del abstencionismo electoral, cinismo, escasa participación, desideologización, pragmatismo, etcétera. Y detrás de todos ellos surge un concepto: el de la corrupción, que ha calado mayoritariamente en la opinión de los españoles, según todas las encuestas.

Dolorosa realidad para quienes aparecieron en la escena política de la democracia bajo el eslogan de "Cien años de honradez". Los socialistas franceses -que precedieron a los españoles en el ejercicio del poder en unos meses y con los que se puede hacer más de una analogía- se preguntan ahora, cuando están a punto de sufrir un desastre electoral e incluso de desaparecer como partido, en qué momento perdieron su alma: "¿Quizá cuando renunciaron a hacer política para consagrarse a la mera gestión económica? ¿Quizá cuando decidieron que mientras la inflación esté controlada no es demasiado grave que el desempleo siga creciendo? ¿O tal vez cuando ofrendaron en los altares del dinero, el éxito y el individualismo? ¿O puede que cuando se metieron hasta las narices en asuntos de facturas falsas para financiar sus actividades?", explica una crónica del corresponsal de EL PAÍS en París.

Otro de los elementos negativos ha sido el de las instituciones planchadas por el sectarismo; el Tribunal de Cuentas, la Fiscalía General del Estado, el Consejo General del Poder Judicial y hasta el Tribunal Constitucional son ejemplos de ello en distinto grado. En algunos de estos organismos, que regulan nada menos que el buen funcionamiento de una sociedad democrática, que son el límite legal a la arbitrariedad y al abuso de poder, hay un olor impregnado del fenómeno italiano de la lottizzazione: reparto de cuotas de poder entre los partidos en función de su realidad electoral y de las componendas, en el cual los socialistas son más responsables por ser mayoritarios (y por dominar el voto de esas instituciones), pero en el que participan con idéntica intensidad la mayor parte de las formaciones políticas. En cambio, la otra gran pieza de las democracias, el Parlamento, ha permanecido anestesiado.

La consecuencia de éstos y otros factores es el enorme desprestigio de la clase política en su conjunto, fenómeno objetivamente injusto por su generalización,

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La obsesión de un hombre

Viene de la página anterior pero al que no se le puede negar la evidencia. La devaluación de la política como profesión supone una marcha atrás respecto a la situación de 1982. Si el PSOE tiene como principal capítulo en el haber de su muy positivo balance decenal la estabilidad democrática, en su contra ha de incluir la mala reputación de los representantes del pueblo y de los partidos políticos (algo extensible a otras democracias vecinas, lo que no nos consuela), que erosiona a largo plazo esa misma estabilidad.Basándose en estas premisas, es preciso volver a la pregunta inicial: el PSOE ha sido el instrumento político que ha servido a la sociedad española para hacerla definitivamente normal -esto es, democrática-, modernizarla y ponerla en el primer plano internacional; pero también para adormecerla, convertirla en escéptica y alejada de sus representantes políticos. Este mismo partido y sus dirigentes ¿son aún capaces de continuar gobernando y avanzando como pregonan, o sus personas y su modelo están agotados? Y sobre todo: ¿dónde está la alternativa para sustituirlos?

En el año 1979, poco después del 280 Congreso del PSOE, en el que los socialistas españoles hicieron su particular Bad Godesberg, Felipe González concedió la entrevista a Fernando Claudín recientemente mencionada por Jorge Semprún. La relectura de esa conversación, publicada en la revista Zona Abierta, y las respuestas del líder socialista merecen ser transcritas para interiorizar esta reflexión. Sobre la posibilidad de que los socialistas estuviesen preparados para gobernar, el secretario general del PSOE plantea dos necesidades básicas: que el partido sea efectivamente una alternativa de cambio y que se convierta en un referente tranquilizador para la sociedad, trascendiendo las fronteras del propio partido. "Y tiene esta obligación porque semejante papel sólo lo puede desempeñar el partido socialista", dice González. Si se está de acuerdo en este análisis, hagamos el juego de cambiar las siglas del PSOE por las del PP (Partido Popular) y que cada uno decida si la sustitución de socialistas por conservadores es factible ya.

La otra alternativa planteada hoy entre los ciudadanos es la que se podría producir en el seno del propio PSOE, con o sin Felipe González liderándola. La dialéctica entre los renovadores y el aparato del partido, cada día más explícita, no está resuelta pese a lo escénico del mitin de Las Ventas. Pero en esa misma entrevista -escrita hace más de 12 años- González ya la tenía presente: "Creo que la homogeneidad en la dirección del partido no consiste en que haya un sector que triunfe sobre otros, sino que exista la posibilidad de un trabajo en equipo. En otros términos, creo que, la homogeneidad es la aceptación de la pluralidad con exclusión de una posición dogmática que hace inviable el trabajo en equipo".

Cuando Felipe González finaliza su diálogo con Claudín, el joven socialista aspirante al poder se sincera con su amigo acerca de su dimisión como secretario general del partido, con motivo de la definición marxista del PSOE: [La derecha], dice González, "se aprovechará de mi decisión, si llega el caso, para decir que soy un tipo imprevisible y hubiera hecho lo mismo de ser presidente de Gobierno, dejando al país en el caos... Pero yo puedo decir que nadie me apeó de la responsabilidad política. Cumplí mi mandato, que nunca creí vitalicio, igual que el mandato de un presidente de Gobierno es por un tiempo limitado y, una vez cubierto, tiene derecho a no aceptar la responsabilidad de dirigir los destinos del país si no está de acuerdo con determinado programa".

Parece escrito hoy.

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