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Padres

Me escribe un padre separado una carta que rezuma sensatez. Tiene hijos de 10 años y no quiere perderlos; no quiere convertirse, como él dice, en un padre de cinco a ocho. Quiere verlos crecer, estar con ellos; y le espanta que un tema tan fundamental dependa del albur del juez que te toque. No todas las esposas son santas y mártires: sin duda hay divorcios en los que la peor parte la lleva el varón, y mujeres que les sacan las mantecas a los ex maridos y les chantajean con los niños. Pero ni si quiera habla de eso el autor de la carta: no menciona a su ex cónyuge. Él sólo pide que la custodia de los hijos sea compartida, en su caso y siempre que se pueda; y sostiene que la práctica española de otorgar la custodia a uno de los padres, privando casi por completo al otro de sus derechos, no es útil ni buena.Reflexiona la socióloga francesa Evelyne Sullerot, en su libro Qué padres, qué hijos, sobre el rincón marginal y a menudo ridículo en donde la sociedad moderna va me tiendo a los padres. Hoy la mujer posee todas las llaves de la maternidad: tiene y mantiene a sus hijos sola, y, como dice Sullerot, puede negarle la paternidad a un hombre que la desea, y hacer padre a un hombre que no quiere serlo. Quizá fuera ese último poder femenino, el control total de la función reproductora, lo que los varones temieron desde siempre en nosotras y por lo que se crearon, hace una nebulosa de milenios, las estructuras del machismo. Hoy nada nos obliga a ceder nuestro recién adquirido monopolio sobre los niños, salvo la responsabilidad y la cordura. Mujeres y hombres somos mundos diversos, nos enriquecemos con nuestra diferencia, ofrecemos, como padres y madres, perspectivas necesarias y distintas. Siempre que se pueda (no siempre es posible), cunstodia compartida e hijos comunes.

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