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Tribuna
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Ventiladores

Antes del amanecer comienzan a funcionar los ventiladores de basura y sin haber despertado del todo se nota ya un fuerte olor a estiércol en la habitación. La radio se ha puesto en marcha automáticamente. Ahora está dando las primeras noticias de la mañana y en los entresijos del sueño se oye el nuevo escándalo que se prepara como menú del día, otro caso de corrupción, otra villanía del Gobierno. El locutor se ceba con placer en la carnaza y tratando de evitar esa ráfaga de mierda uno palpa el dial para huir, cosa imposible, ya que en las emisoras contiguas unas tertulias de periodistas cierran cualquier salida: están despedazando a un ministro, a un fiscal, a un diputado. Un insulto que sustituye al toque de diana acaba de espabilarle a uno por completo y entonces decide refugiarse en la frecuencia modulada, pero allí un par de ventiladores de basura también están trabajando a pleno rendimiento: un entrevistado habla de un negocio sucio, otro invitado vomita sobre un personaje que hasta ayer se tenía por honorable, un comentarista repasa la prensa del día y elige los titulares donde se anuncian más corrupciones y desastres económicos. No obstante, una luz maravillosa raya en ese instante la persiana y los mirlos cantan felices porque no saben que están gobernados por los socialistas. Aunque la cama es muy dulce al amanecer, el aire de la habitación se ha hecho irrespirable y uno siente que no vale la pena levantarse porque el mundo a esa hora tan temprana ya está destruido. Huyendo a través de los improperios, desgracias y desafueros que saltan por todas las frecuencias del transistor como una quebrada del Oeste batida por cuatreros llega uno por fin a un prado verde: una emisora emite los conciertos de Brandenburgo. No todo está perdido. Existe todavía un poco de belleza en el planeta. Entonces se extiende el sol en la ventana y uno piensa que ése es un buen momento para tomarse un café con tostadas y un zumo de pomelo para celebrar que ha sobrevivido a la madrugada otra vez.

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