E-55, la carretera del sexo
La ruta entre Praga yDresde, convertida en un gigantesco burdel para clientes alemanes
La carretera E-55, en Bohemia del Norte, que une Praga con la ciudad alemana de, Dresde, se ha convertido desde la caída del comunismo en un inmenso mercad¿ de prostitución que escapa al control de las autoridades sanitarias del país. En el paso fronterizo de Zinnwald-Cinovec, y a través de nueve kilómetros en dirección a la capital checoslovaca, cientos de alemanes invaden cada día esta ruta para comprar sexo barato y sin condiciones.Checas y eslovacas jóvenes, maduras e incluso adolescentes que no rebasan los 15 años se han decidido por esta forma simple y peligrosa de hacer dinero. Cada día, entre las diez de la mañana y las dos de la madrugada, cientos de prostitutas ocasionales forman en línea en la E-55 ocupando los espacios. fijos conquistados para ellas con la violencia del chulo.
Según la policía del distrito de Teplice, ninguna de ellas está registrada en centros sanitarios, por lo que es imposible controlar la propagación del sida y de las enfermedades venéreas. Ante las protestas de los vecinos de la ciudad de Dubi, de 8.000 habitantes, la más cercana a la frontera alemana, que consideran a las mujeres de la E-55 como una "vergüenza nacional", los agentes llevan semanas haciendo operaciones de limpieza sin demasiado éxito, ya que el flujo de clientes alemanes aumenta de día en día. "Estamos a menos de una hora de Dresde, y aquí pueden recibir servicio completo a precios baratos con la garantía de mantener el anonimato, y además "aprovechan para llenar sus depósitos de gasolina", explica un oficial.
La rutina se repite. Llegan en sus coches -distintos y mejores a los de los checos-, miran a las chicas, llenan el depósito, realizan el intercambio sexual en el mismo automóvil o en el hotel Sport y vuelven a Alemania.
Marina podría pasar por una estudiante haciendo autoestop si no fuera por lo escaso de su vestimenta y lo exagerado de su maquillaje. Lleva cuatro horas parada, con hinchazón y dolor en los pies, intentando desesperadamente atraer un cliente. Un automóvil marca BMW plateado se acerca a ella disminuyendo la velocidad, y Marina corre sobre sus tacones tras el coche.
El conductor, un alemán robusto de unos 50 años, abre apenas unos centímetros la ventanilla del coche y pierde la paciencia cuando ella no puede explicarle en su idioma los servicios que ofrece durante una hora por 50 marcos. Marina sigue corriendo a tropezones por las aceras empedradas de la E-55 y el automóvil se aleja a toda velocidad. Su mirada aterrada se dirige a un quiosco de bebidas situado al borde de la carretera, desde donde la controla implacablemente su chulo, que le grita improperios brutales en eslovaco.
En ocho horas, una prostituta en la E-55 puede ganar 4.000 coronas, que equivalen al salario medio mensual de un checoslovaco. Durante el verano, sólo en un día se llenaron varios furgones policiales con 100 prostitutas de la E-55 y se les ofreció un examen gratuito de sida y de enfermedades venéreas. Ninguna registró el virus VIH positivo, pero los análisis demostraron que ocho tenían gorronea, y otras dos, sífilis.
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