La sombra del esqueleto
Valorar la contribución de Arthur Ashe a la historia del tenis simplemente por los 33 torneos que ganó, tres de ellos del Grand Slam (Open de Estados Unidos en 1968, Open de Australia en 1970 y Winibledon en 1975), constituiría un tremendo error. Ashe es, ante todo, negro, evidencia que tiñó su carrera hasta convertirla en una de las más bellas parábolas en la historia del deporte profesional. Nada de lo que hizo El Esqueleto, como se le conocía de niño en su Richmond (Virginia) natal, o La Sombra, apelativo que recibió siendo ya una celebridad, puede comprenderse si no es a través de la lente que proporciona una vida, la suya, dedicada a combatir la discriminación racial. Cuando Ashe fue detenido en enero de 1985 en Washington por protestar ante la embajada de Suráfrica por la política racista de aquel país, la vitrina del elegante tenista de lánguida mirada contenía más de una medalla al honor. Su reciente labor en Harlem (Nueva York) al frente de escuelas de tenis destinadas a rehabilitar a jóvenes delincuentes negros no es sino el último ladrillo de Ashe en su particular construcción de un mundo más justo.Descendiente de esclavos africanos, Ashe, de padre policía y huérfano de madre desde los seis años, creció en un ghetto negro de Richmond, alejado de los selectos clubes de tenis donde los de su color sólo podían asomar la nariz para agarrar la escoba y limpiar retretes. Flacucho y pellejudo, Ashe tuvo la fortuna de topar a los 10 años con Walter Johnson, el descubridor de Althea Gibson, la gran campeona negra que en la década de los cincuenta ganó en Wimbledon, Roland Garros y Estados Unidos. Sólo así pudo acometer y superar -con impresionante fortaleza el reto de ganar torneos en clubes en los que estaba prohibida la admisión de socios negros. Esa misma fortaleza moral le permitió concluir sus estudios de economía en la Universidad de UCLA
Ashe fue un pionero. En 1963 se convirtió en el primer jugador negro en la historia del equipo estadounidense de Copa Davis. El rendimiento que dió a su país a lo largo de 15 años fue soberbio: 26 victorias y sólo 5 derrotas. En 1968 consiguió lo que ningún otro negro había logrado hasta el momento: ganar un torneo del Grand Slam (Open de Estados Unidos). Sin embargo, el hecho que más le enorgulleció ocurrió en 1973. Por primera vez en la historia de Suráfrica un negro obtuvo el permiso para disputar un torneo de tenis en aquel país.
Su última temporada en activo fue la de 1979, tres años después de su efímera estancia en el número uno mundial. Su corazón le empezó a fallar. Más tarde, como capitán del equipo de Copa Davis, consiguió para su país la ansiada ensaladera en 1981 y 1982. Su estela, sin embargo, no si borró. La fuerza le acompañó siempre, ya como activo y reformista presidente de la Asociación de Tenistas Profesional, ya como activista luchador contra el apartheid, ya como brillante comentarista de televisión. La sombra del esqueleto se salvó del corazón, pero cayó en el sida.
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