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GENTE

César Rincón

Dos tardes que cambian la vida de un hombre

"Hace apenas veinticuatro horas pedía favores para que me colocaran en alguna plaza. Ahora tengo que decir 'espera un momento'. Mi vida se ha transformado". César Rincón, el torero revelación de la feria madrileña, vive un sueño prolongado. El martes supo que era la gloria: salió de la plaza de Las Ventas por la puerta grande. El miércoles repitió la gesta."Lloré de emoción. No me podía creer que aquello me estuviera ocurriendo a mí. 'Ya no voy a seguir en el anonimato. Las empresas ya no estarán recelosas para contratarme', pensaba. Al día siguiente, cuando toreé por sustitución, la escena ya se me hizo más real. Aquellos gritos de 'torero, torero' son lo más bello que he oído en mi vida", afirma.

Las voces parecen retumbarle aún en los oídos a este colombiano nacido en Bogotá hace 25 años. No para de recibir llamadas y telegramas de felicitación. "La fama es como un balde de agua que le deja a uno bastante mojado, pero se anhela tanto..." reflexiona. A pesar de ello, el triunfo también le ha mostrado una cara amarga: "Uno se siente solo en su felicidad".

Sabe que a partir de ahora le exigirán mucho. "Me pedirán que esté siempre igual, pero un torero es como un artista y no se puede estar siempre igual de inspirado". De momento intenta que el éxito no le trastoque le han ofrecido medio centenar de corridas- Antes que la gloria, César Rincón conoció la amargura de la derrota. "En 1986, como en España no me había contratado nadie, tampoco me daban oportunidades en Colombia'' recuerda como una pesadilla. Después supo también cómo la vida se escapa a chorros por una femoral rota "Fue en noviembre pasado en una cogida en Palmira, Colombia. Me salvé de milagro".

El torero lleva una existencia de lucha y salvación continuas. De pequeño vendía chatarra para ayudar a su familia. Padres y hermanos vivían en una sola habitación que, en 1982, ardió abrasando las vidas de su madre y una hermana. El diestro cree que sus almas le protegen junto con san Judas Tadeo, su santo predilecto.

Por su padre, fotógrafo taurino, empezó 11 a jugar a los toros". Tenía 10 años. A los 13 dejó los estudios y empezó a torear "en serio". La alternatíva llegó en 1982. Su padre le pagó el traje de luces con el dinero conseguido al organizar una paella multitudinaria en el coso de Bogotá. "Es verdad que el hambre da más cornadas que el toro. Yo empecé en esto porque me gustaba. Luego empecé a ganar algo de platita y logré cambiar la vida de mi familia".

Hay otra novedad que también le satisface: "Pienso que con todo lo que me está pasando puedo ayudar a que cambie la mala fama que tenemos los colombianos por culpa del narcotráfico y la guerrilla". A las víctimas de estas dos lacras he dedicado sus triunfos. No en vano se declara "pacifista".

A quienes se oponen a las corridas en defensa de los animales les recuerda que hay cosas "más duras", como el tiro de pichón. "¿Qué lucimiento tiene un pajaríllo que sale volando y le disparan" Al toro se le puede indultar".

Lo que no piensa indultar es su soltería. "La historia dice que las mujeres han hecho daño a muchos toreros. Yo, por si acaso, esperaré un poco", ironiza. Mientras, seguirá bailando salsa y ballenatos -danza colombiana- Todo ello sin olvidar una divisa: "Subir puede ser fácil, pero bajar lo es más. Los cocos caen muy rápido".

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