El toro por los cuernos
Un matador que no vuelve y otro que quiere empezar verán en San Isidro la fiesta desde la barrera
La vida de un buen toro empieza por los novillos de escuela. Eso sí, son novillos sin cuernos y sin más peligro que un tirón de orejas, importante cartílago en una de las profesiones más hermosas del mundo. Para Antonio Chenel, Antoñete, la Monumental de Las Ventas fue como el patio de su casa. Jesús Pérez Gallego, El Madrileño, es casi del mismo barrio que el maestro. Este San Isidro ambos verán los toros desde la barrera. El uno, algo triste ante tantos recuerdos. El otro, por la impaciencia de quererlo todo y quererlo ya.
Antoñete ha sido un torero reincidente en la retirada. Cuando anunció su primera ausencia, los expertos vaticinaron el desamparo del toreo, lloraron los monosabios, y hasta los burladeros, aburridos, cerraron la boca, El torero confirmó dos años después el dicho de la prensa: "Lo que mejor le sienta es volver". Y explica Antoñete: "Uno se retira porque piensa que con el dinero ya lo ha conseguido todo, y vuelve cuando ve que eso no es verdad".Nació en un día de hogueras, San Juan, de 1932. Hijo de Chenel, el monosabio, presenció una faena de Belmonte a puerta cerrada, cuando en la vecindad aún le llamaban Toñete.
"El torero nace y después se hace", comenta, recordándose a sí mismo, con 10 años, en aquella capea del barrio de Vicálvaro. "Pero me sentí torero en el 53, cuando realicé mi mayor sueño, salir por la puerta grande en la plaza que todo te lo da y todo te lo quita, Las Ventas. La Maestranza es muy importante, pero se puede triunfar en Sevilla y no ser torero
Huesos de cristal
En Las Ventas su nombre ha quedado escrito para siempre, conmemorando el 25º aniversario de aquella legendaria faena con el toro Atrevido. Danzarín, Cantinero, Siestecita... Así se han llamado los animales con los que Antoñete comparte generoso parte de su gloria. Antoñete ha sido un torero fuerte por fuera y de frágil esqueleto.
No duda en suscribir el refrán que dice: "Más cornás da el hambre". "Yo la he pasado, y siempre unida al toreo. Pero a nosotros quien más nos presiona es el público exigente. Si se pone en contra no hay quien lo soporte. A veces se le teme más que al toro. Claro, luego está ese otro miedo, que cada uno calma como puede. Hay quienes prefieren rodearse de compañía antes de la corrida. Yo no, tan sólo un amigo muy íntimo y mucho café".
En septiembre del 86, ante el adiós definitivo, Antonio Chanel no pudo contener las lágrimas, "lloré como un chico. Pero ahí el público estuvo maravilloso. Las cosas no salieron bien y sólo me faltó estrellarme contra la pared. Me preguntas si con Franco se toreaba mejor. Mira, los toros no oyen las charlas de los despachos. Ante el toro nada vale, ni el dinero. Y el torero tampoco sabe de política cuando sólo piensa en cuajar una faena. Tú estás frente al toro y sólo importa esa decisión que has de tomar en cuestión de segundos".
Nadie como Antoñete puede saber lo que es la madurez. Y los años son útiles porque la experiencia no es un simple truco para consolar a un ser humano ante las canas. "De jovencito está uno más alocado, con el tiempo se pierde la imprudencia".
Nervioso se recuerda El Madrileño en sus primerísimos tiempos. Aunque sólo tiene 21 años le preocupa cumplir, "porque en esto pasas de los 20 y si no eres famoso la crítica te hace viejo".
No hay momento fijo para decir "quiero ser torero". Jesús Pérez Gallego entra en la Escuela de Tauromaquia a los nueve años. A los 10 torea la primera becerra. Mata un becerro a los 11 y a los 16 debuta de luces. "El año pasado me presenté en Madrid", sonrisa torcida, "una faena que no le deseo a mi peor enemigo".
Vive buscando los méritos para entrar en una feria importante, San Isidro, por ejemplo. Cuando el niño no levantaba un palmo y confesó su afición taurina, "sólo mi padre me apoyó un poco, por pura afición. Con mi madre ha sido más difícil". Está conforme con Antoñete en casi todo, pero recalca la importancia de Las Ventas como un pasaporte a la fama.
Ahora vive con sus padres. Sincero y buen conversador responde sin aguardar la pregunta, "no tengo novia, ni bebo... Desde que salí de la escuela cada día voy a la Casa de Campo, y allí, con compañeros, intercambias impresiones y sigues entrenando. La escuela sirve porque los maestros son muy buenos. Allí conocí al hombre que tanto me ayudó y que, por desgracia, hoy ya no vive, don José de la Cal. Cuando confían en, ti no tienes más remedio que esforzarte. No puedes defraudarles".
Soñando con ser figura
El Madrileño cultiva el hablar de los toreros viejos. Le dice traguillo al trance de ponerse ante el astado. Sigue riéndose al recordarse a sí mismo "corriendo ante las primeras becerrillas. ¡Yo no quería que me cogiese!".
Le gustan los toros vírgenes, bajitos, guapos... Tiene dos trajes de luces, todos de segunda mano. El primero, tan gastado, que no se le distingue si es verde o azul.
En su debú vistió de grana y oro, "se lo compré a Joselito". "En cuanto corte una oreja me compro otro". Para gustarle al toro, aunque dicen que el animal sólo se enamora de la Luna.
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