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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La batalla de Tokio

LA VICTORIA de los conservadores en las elecciones locales y regionales que se celebraron en Japón el domingo pasado ha sido rotunda. El Partido Liberal dispone ahora de la mayoría -solo o en coaliciones dominadas por él- en 37 de las 47 prefecturas del país, y ello pese al duro desgaste político que le supuso al Gobierno de Kaifu su apoyo financiero a la guerra del Golfo. La batalla por la gobernaduría de Tokio revistió particular interés y puso en evidencia los peculiares rasgos de la democracia japonesa, en la que un partido, el liberal, gobierna sin interrupción desde el final de la II Guerra Mundial. El poder del Estado depende directamente de ese partido: su presidente se convierte de modo casi automático en primer ministro. A la vez, en su funcionamiento interno, el partido se articula en fracciones, cada una de las cuales se agrupa en torno a un padrino, por lo general un político veterano ligado a determinados monopolios financieros.¿Por qué ha sido tan singular la batalla de Tokio? Al iniciarse la campaña, el entonces secretario general del Partido Liberal, el joven y ambicioso Ichito Ozawa, decidió presentar un nuevo candidato en lugar del anciano Shunichi Suzuki, de 80 años de edad, que ocupa el cargo desde 1979. El descontento en el aparato del partido de la capital alentó a Suzuki a presentar su candidatura frente a la oficial. Se creó así una situación anómala: dos candidatos liberales para uno de los cargos decisivos del país (el gobernador de Tokio maneja un presupuesto de unos 80.000 millones de dólares). Ciertas fracciones del partido consideraron que era una ocasión ideal para debilitar al secretario general, Ozawa, y, por elevación, al actual primer ministro y presidente del partido, Kaifu.

Así ha ocurrido: la victoria de Suzuki, con un millón de votos de ventaja, ha obligado a Ozawa a dimitir. Y el dato más significativo es la designación, como nuevo secretario general del Partido Liberal, de Keizo Obuchi, el antiguo jefe de gabinete de Takeshita, primer ministro hasta 1989, en que se vio obligado a dimitir por sus implicaciones en el escándalo Recruit. Pero Takeshita, que sigue siendo el padrino de la fracción más poderosa del partido, no renuncia a volver al poder, y todo indica que se prepara a poner fin -probablemente el próximo otoño- a la etapa del Gobierno de Kaifu. Éste, perteneciente a una fracción muy débil, fue promovido como solución provisional en un momento en que numerosos dirigentes liberales aparecían vinculados a distintos escándalos. El ascenso de Kaifu fue inevitable para promocionar la imagen de cierta limpieza interior.

Hoy, las condiciones son tanto más favorables para un ajuste de cuentas en el Partido Liberal por cuanto su contrincante principal, el partido socialista, atraviesa una crisis muy seria. Sus resultados electorales han sido desastrosos: en Tokio -donde el enfrentamiento entre dos candidatos liberales le ofrecía una situación ventajosa- ha caído a su nivel más bajo, quedando por detrás del candidato comunista. La carta pacifista en la guerra del Golfo no le ha sido rentable. El desprestigio de la presidenta del partido socialista, Takako Doi, cuya popularidad había subido como la espuma en años anteriores, es manifiesto. Cuando Japón está llamado a asumir un mayor papel en la escena internacional -Gorbachov visitará Tokio la semana próxima-, la elección provincial de Tokio anuncia crisis y cambios tanto al frente del Gobierno como en la dirección del partido socialista.

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