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Primavera

Para que la primavera no me destruya, tomaré mucho perejil, del cual sacaban la fuerza los califas. Están llegando ya los terribles días en que el polen de las flores puede derrotar al tipo más duro. Esos gérmenes invisibles que la naturaleza libera por este tiempo son un mal enemigo: llenan el cerebro de antiguas imágenes de felicidad y a la vez crean un gran vacío en la s entrañas. La primavera no es sino un estado de ansiedad que cabalgando conduce a la puerta clausurada. del paraíso creado siempre en el límite de la imaginación. El caballo se detiene ante la cerradura dorada, y ésta nunca se abre. No obstante, el paraíso existe, aunque uno debe ser muy humilde, puesto que para merecerlo basta con no desearlo, pero hay que saber dónde se halla ubicado si uno quiere salvarse. No está allá en las lejanas dunas de carne enamorada que pueblan la memoria, ni en el sueño de esa valla publicitaria que se levanta sobre el vertedero, ni en el esplendor que se erige en el interior de los tigres. El paraíso perdido reside en la boca del estómago de cada uno, y sólo necesita pequeñas sensaciones, placeres suaves, ideas que se puedan acariciar con la yema de los dedos. Cuando el caballo esta primavera piafando derribe la puerta dorada que en el horizonte de arena has soñado, detrás de ella sólo encontrarás a un lego en una huerta cultivando perejil. Ése tal vez será tu doble más profundo que nunca habías desentrañado. También lo verás al fondo de la muralla, sentado en una mecedora blanca bajo una parra cuyos racimos lo van a coronar con la única gloria posible. Temblad, temblad, aquellos que buscáis la dicha, ya que por el aire anda suelto ahora el polen de las dalias buscando almas vanas para desarrollar en ellas las crueles abstracciones del amor. Yo sabré defenderme de la primavera. Contra la inalcanzable belleza, me aferraré al análisis de una rosa concreta; frente a la vida, me dejaré fluir como el agua pensando en las hormigas que me acompañan. Mientras tanto, tomaré mucho perejil, como los califas.

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