De los inmigrantes ilegales
En 1992 celebramos varios quintos centenarios y no todos ellos bajo un mismo signo de orgullo. El encuentro de dos mundos (versión optimista de la colonización de un continente) coincide con nuestro desencuentro con dos civilizaciones que aquí convivieron durante siglos y ayudaron a la gestación de la cultura de Occidente: las civilizaciones musulmana y judaica, con las que se quiso cortar abruptamente en dicha fecha por una visión rígida e intolerante de la cultura nacional.En vísperas del quinto centenario, una guerra asoladora ha agigantado a marchas forzadas un foso ya abierto desde que hace más de un siglo se desarrollase la era de las colonizaciones europeas sobre civilizaciones en otro tiempo pujantes. Cerrada la vía de la negociación por intransigencias prepotentes y por intereses oscuros, el duro castigo a todo un pueblo de civilización milenaria como solución para imponer el derecho internacional ha levantado olas de oposición contra los países occidentales responsabilizados por los pueblos árabo-islámicos de lo que califican de agresión sin precedentes.
Nuestro país se encuentra por primera vez en el blanco de unos ataques generalizados, sobre todo después de haberse conocido la participación de las bases conjuntas hispano-norteamericanas en los bombardeos contra Irak. La tradicional amistad hispano-árabe, que responde a algo más que. una simple fórmula retórica del antiguo régimen, está empezando a quedar hecha añicos sin haber llegado a desarrollarse. En el imaginario de los pueblos árabo-musulmanes, España ha seguido siendo el espacio soñado, cierto paraíso perdido que poetas, intelectuales y gentes de a pie han recordado con nostalgia y simpatía, lejano o ausente el. rencor por el exilio a que sus antepasados se vieron obligados en 1492.
Exiliados, emigrados también, los españoles han. emprendido durante siglos otros caminos en busca de condiciones más dignas de vida. A veces también huyendo de intolerancias interiores. América fue destino de muchos, como para otros lo fueron países del entorno mediterráneo norte o sur, después de 1939. Europa fue tierra de acogida en los años sesenta para una emigración económica que ayudó a levantar el desarrollo de otros y a superar nuestro atraso.
Hoy España ha dejado de ser un país de emigración para convertirse en tierra de acogida de inmigrantes. Pero las condiciones de esta acogida, empezando por una legislación inadecuada, distan mucho de estar a la altura de lo que el nivel de la España de hoy podría permitir.
Para convertir en realidad ese papel que nuestra Administración dice asumir de valedor ante Europa y el mundo de los intereses del Magreb y de otros pueblos deprimidos, España debe afrontar una "política reparadora, política de intimidad y política de restauración", en palabras de Joaquín Costa expresadas hace más de un siglo para definir nuestra relación con el Sur.
Ese afán de "reparación" pasa, a nuestro entender, por la adopción de medidas que mejoren la relación con nuestros vecinos, la primera de ellas la regularización de la situación de los inmigrantes extranjeros en nuestro suelo. Y para ello proponemos, en vísperas de la implantación de visados para las poblaciones del Sur, la proclamación de una amplia amnistía para todos los inmigrantes ilegales o clandestinos que se encuentran en la actualidad en España, revisando a la vez los aspectos discriminatorios de la ley llamada de extranjería de 1985.
Es una medida que no sólo España puede permitirse, sino que debe plantear si efectivamente quiere recuperar una imagen que la guerra del Golfo ha deteriorado sensiblemente. Otros países como Francia o Italia lo abordaron en coyunturas bien precisas y difíciles: el primero, con la legalización de 130.000 clandestinos en 1981; el segundo, muy recientemente, con la ley de 28 de febrero de 1990. También en noviembre de 1986, durante el mandato de Ronald Reagan, el Congreso de Estados Unidos aprobó la denominada Ley Simpson o Immigration and Reform Control Act, conocida como Ley de Amnistía, por la que el Gobierno se comprometió durante un largo periodo a no detener ni expulsar a cuantos ilegales solicitasen información o asesoramiento para la legalización. Se establecieron incluso sistemas de asesoramiento bilingüe para los hispanos, participando en un proceso muy abierto las asociaciones no gubernamentales. El resultado fue una legalización masiva que hasta el momento ha superado los tres millones de personas.
Por todo ello, consideramos necesario se cree un clima de confianza que llegue a una ley de amnistía pensando en 1992, para lo que sería imprescindible tener una visión solidaria, no estrictamente policial, del problema, impidiendo las expulsiones, promoviendo un fecundo diálogo con cuantas asociaciones e instituciones pudieran colaborar a hacer realidad una política de integración de los inmigrantes y de cooperación con sus países de origen.
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