El Madrid no supo naufragar con dignidad
El Madrid no supo naufragar. Ante las coyunturas desagradables, de las que no está exento nadie, el Madrid de estos tiempos muestra poca templanza. No hay una oficialidad que organice la evacuación, ni una tripulación entrenada para el caos. El Madrid, cuando se hunde, se hunde, no minimiza sus bajas y tampoco obra con dignidad. Ni siquiera se advierte a un capitán que acepte acompañar al buque al fondo del mar. En sus desordenadas desbandadas solamente es posible apreciar un inevitable atestado con expulsados y el buen juicio de Butragueño, el único capaz de colocarse el flotador e indicar a sus compañeros la localización del bote salvavidas. El Atlético observó incrédulo el naufragio del acorazado madridista, lo observó a distancia sin adivinar la causa. Realmente, el derby produjo un partido a la deriva.Debe ser la inquietud que produce una atmósfera en la que sólo se oye hablar de una guerra próxima. Debe ser la incertidumbre que provocan las transiciones bruscas. Lo cierto es que el derby se mostró carente de referencias sólidas, desordenado, impreciso. El Atlético llegó al Bernabéu revestido de la condición de aspirante. En su nuevo papel estuvo confuso. Confuso porque su ideal antimadridista tenía poca efectividad ayer; esta vez su enemigo no es ese molesto vecino sino el Barcelona, que queda tan lejos en la memoria colectiva de los rojiblancos. Y el Madrid se presentaba inmerso en una profunda crisis y sin rumbo conocido, sin aspiración en la Liga, con extranjeros en el banquillo, un entrenador transitorio y ahora un presidente en funciones que convoca a referéndum. El Atlético debía buscar los dos puntos, buscar el buen juego, pero ninguna vindicación. No le hacía falta. Al final disfrutó de una noche redonda porque el Madrid, simplemente, se desarmó, se despedazó a sus pies al primer contratiempo.
La rivalidad duró cinco minutos. Y con ella el partido, que no dio más de si que un breve apunte de intenciones. En el Madrid, nada. En el Atlético cierta disposición, una voluntad: Pizo Gómez cavaba la trinchera en su banda derecha, que es por donde circula Villarroya; y Juan Carlos y Tomás amurallaban el lado izquierdo para sujetar a Michel y entorpecer el camino de Chendo. Ivic suponía que Maqueda no buscaría otra cosa que la sombra de Schuster. Con tan simple ingeniería, los centrocampistas madridistas perdieron toda comunicación con el mundo circundante. Esa misma disposición de ánimo, mitad orden mitad voluntarismo, quedó luego reflejada en el primer gol, cuando Manolo despachó un rechace aparentemente inocuo con un remate letal. No parecía la decisión adecuada ni el lugar oportuno para buscar el gol, pero Buyo hizo mutis. El tanto obró el efecto de un boquete en la línea de flotación madridista y el Atlético vio cómo su rival se iba a pique sin remedio.
Desde ese instante, el encuentro tomó el rumbo propio de los grandes desastres, en los que el guión no necesita propiamente de mayores ingredientes que una sucesión de escenas apresuradas. El Atlético también anduvo falto de precisión, pero encontró el norte en una actitud prudente que no ambiciosa, casi circunscrito al papel de observador de lo que sucedía enfrente; mantuvo sus líneas defensivas y contó a su favor con la serenidad de Schuster. Un segundo gol a balón parado, cuando la barrera madridista estaba más atenta al alemán que a la posibilidad de un lanzamiento de Juanito, y el remate final de Rodax, resultaron un sencillo botín entre los restos del naufragio.
Enfrente, los esfuerzos de Butragueño, el único jugador consciente de la magnitud de lo que se avecinaba, sirvieron de poco. En realidad, sólo su temple y la impasibilidad de Schuster estuvieron por encima de los hechos. Butragueño aparte, el Madrid volvió a tirarse por la borda sin pudor. Lo perdió todo, la orientación (Hugo lanzó un penalti para que lo parasen los ultra sur), los puntos y los modales. El Madrid no sabe naufragar con dignidad.
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