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Un día poco rentable

Tranquilidad en la última jornada de la declaración de Hacienda

Juan Cruz

Cuando Carmina Cordero se encaminaba ayer a primera hora de la mañana a su puesto tras las ventanillas de una sucursal del Banco Atlántico, en la calle de Velázquez, de Madrid, pensó que sería un día agobiante: se iban a agolpar ante ella cientos de contribuyentes que habían aguardado al último día para presentar la declaración positiva del impuesto sobre la renta. A la misma hora, Rafael López, subdirector de una de las sucursales de la Caja de Madrid en la calle de O'Donnell, tuvo el mismo presentimiento. Para los dos, y para la mayor parte de los empleados de banca o de cajas de ahorro que ayer tuvieron que atender a los rezagados del IRPF, la atmósfera fue totalmente distinta a la que habían presentido.

La atmósfera fue similar en todo Madrid, y no fue distinta en el resto de España. Aun más relajada fue, por supuesto, en Vizcaya, en Guipúzcoa y en Álava, donde el plazo para las declaraciones positivas y negativas expira el 25 de junio, y en Navarra, donde ese plazo se extiende al 30 de este mismo mes. De la tranquilidad de las grandes capitales no se extrañaba un banquero madrileño: "Claro, cuando haya que atender a las negativas, que han de presentarse el 2 de julio, la aglomeración sí que va a ser buena, porque en este país la mayor parte de las declaraciones son sujetas a. devolución".La atmósfera era de tranquilidad e incluso de aburrimiento. Claudio Arévalo, interventor de una sucursal de Bankinter en la calle de Alcalá, no había tenido otros contratiempos que los habituales. "Todo el mundo trae las declaraciones hechas, y a lo sumo lo que les ocurre es que pierden los papelitos de las retenciones. Así que traen pocas dudas; acaso las únicas que tenemos que resolverles en los bancos es la que se refiere al pago fraccionado: quieren a toda costa llevarse el resguardo de que han pagado el primer plazo y no entienden que ese resguardo sólo se lo pueden llevar cuando se hace el apunte contable".

Una médico de Vallecas, de 30 años, presentaba su declaración -levemente positiva: no quiso decir la cantidad, ni quiso revelar su nombre- en una sucursal del Banco Central, en la misma calle de Alcalá. Su diálogo con el empleado de la ventanilla resume la conversación más repetida de la mañana. "Mire a ver si está todo o falta". "Tranquila, mujer, que hay tiempo ¿Quiere pagar a plazos?" "No, no, yo lo pago todo de una vez, que no quiero más líos" "Bueno pues esta copia es para ti y esta copia es para mí".

En esa sucursal la rutina se repitió cien veces durante las cuatro primeras horas de la mañana. En esta sucursal no consideraban conveniente ofrecer datos sobre las declaraciones más altas, pero en la de Bankinter no tuvieron inconveniente: la más alta dejó en caja siete millones de pesetas. Un buen negocio para los bancos y las cajas. "Sí, es un buen negocio", decía Rafael López, de la Caja de Madrid en O'Donnell, "pero no genera nuevos clientes, sino que consolida a los viejos". Algunos banqueros han sido avispados con la explotación comercial de esta obligación anual de la renta: Carmina Cordero despachaba a las dos y cuarto de la tarde, en la calle Velázquez, el último boleto -el 52, justamente- con el que los contribuyentes confiados al Banco Atlántico participan en una singular lotería: la entidad les abonará lo que hayan pagado a Hacienda si su número resulta agraciado. Otros bancos han hecho lo propio, y todos suponen que el año próximo ese marketing será lugar común.

Amenaza metafísica

A las nueve y cuarto de la mañana, un famoso escritor español llevó su renta a una sucursal del Banco Central en la calle María de Molina esquina Núñez de Balboa. Dispuesto a guardar cola, halló una frustración: no había nadie en la oficina. Pagó, fraccionadamente, y tuvo tiempo para elaborar esta teoría: "Hacienda se ha convertido en una amenaza metafísica. Los españoles creemos que lo estamos haciendo mal y la fantasía que funciona es que cuando te pillen te van a arruinar. Por eso yo siempre añado un 10% a lo que es el resultado global de mis deudas con Hacienda". ¿Podemos citarlo como teoría suya? "No, no ponga mi nombre, que tengo miedo de que me investiguen".No había dudas pero había miedo. En las oficinas de Barclays en la plaza de Colón, una ama de casa, y profesora mercantil, que quería preservar sin paliativos su anonimato, explicaba el silencio sobre su identidad: "Si digo lo que pienso y me investigan es posible que piense que es porque usted lo ha publicado en el periódico". ¿Y qué piensa? "Pienso que en este país nadie se fía del sistema fiscal, porque es notorio que hay mucha gente notable que no da ejemplo contribuyendo y a esa gente no le pasa nada. Pero si encuentran a un ciudadano normal con alguna irregularidad es probable que lo vuelvan loco". Pero usted contribuye a gusto. "Qué va, cómo lo voy a hacer si el dinero que dejo aquí se va, por ejemplo, para las armas, y no para los viejos, o para otros servicios sociales".

María Eugenia, una bancaria que tampoco quiere ir más allá de su nombre propio, explica la desconfianza: "La gente piensa que la presión fiscal cae sobre los asalariados y que las rentas del capital disfrutan de muchos subterfugios para evadirse y evadir. Si la riqueza obvia que hay en este país contribuyera de verdad, los servicios del Estado tendrían que ser infinitamente mejores". "Si es que en este país no han hecho una carretera decente desde que se murió Franco", decía un médico del Estado, irritado y también anónimo, en la sucursal de Caja de Madrid en O'Donnell. Una enfermera expresaba el clima habitual de la jornada de los contribuyentes positivos: "Pues cómo voy a estar: muy descontenta, porque tengo que pagar". La anónima doctora de Vallecas, de 30 años, devolvió así la pregunta: "¿Usted conoce a alguien que pague a gusto? Ahora, me parece bien contribuir, pero sería bueno que repartieran más".

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