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NECROLÓGICAS

Maurice Fleuret

Alrededor del año 1964, estando yo en el Festival de Royan -quizá el primer festival de Francia dedicado únicamente a la música entonces más joven-, ,se me acercó un hombre nervioso, pequeño, con cierto aire de un Voltaire joven, y me espetó lo siguiente: "Es usted Luis de Pablo, ¿no? Tengo proyectos que discutir con usted. Conozco su música hace años y le diré que había algo en ella que me había desagradado profundamente. Pero, tras oírla de nuevo, me he dado cuenta de que el equivocado era yo y que quiero contar con usted, si está de acuerdo, para un plan que preparo". Quien me hablaba tan sin pelos en la lengua era Maurice Fleuret, entonces crítico del Nouvel Observateur. Sus planes eran innumerables y ninguno salió rana. Incluían emisiones de radio, conciertos en el Museo de Arte Contemporáneo de la ciudad de París, entrevistas para su periódico, amén de encargos pagados.Maurice Fleuret acaba de morir fulminantemente en París sin cumplir los 60, y lo que acabo de contar referido a mí podrían decirlo literalmente innumerables compositores de todo el mundo. Fleuret, junto con otros colegas suyos, encarna en música esa Francia generosa, abierta, que, quizá antes que ningún otro país, apoyó con entusiasmo -pero sin abdicar de la crítica inteligente- la implantación de la música actual en la sociedad, tomando resueltamente partido a su favor sin reticencias, pero con criterios exigentes. Naturalmente, Fleuret no descubrió a Xenakis, a Stockhausen, a Berio, a Maderna, a Bussotti, a Takernitsu, a Mefano, a Boulez, a Ligeti, a Cage, a Cristóbal Halffter, a quien esto escribe (la lista sería interminable). Pero lo que sí hizo fue, digamos, normalizarnos en Francia por el único procedimiento conocido: la audición frecuente. Cuando su carrera se disparó y, tras su paso por las semanas internacionales de música de París -en cuya edición de 1970 me dedicó siete conciertos enteros, por ejemplo- y la dirección del Festival de Lille, se convirtió en director general de música en Francia, su, labor se amplió, afectando en profundidad a la vida y enseñanza musical francesa y aún europea. De él partió la idea del Día de la Música, para cuya primera edición pidió una obra a Xenakis; él tomó la decisión de no subvencionar ninguna orquesta si no incluía la música actual -recuerdo a la Joven Orquesta Nacional Francesa de gira en el Victoria Eugenia de San Sebastián, interpretando, junto a la Sinfonía, de César Franck, el Segundo concierto para violín y orquesta, de Bartók, y Lontano, de Ligeti; baste como muestra Sus iniciativas y reflexiones seguirán marcando por tiempo indefinido la vida musical francesa (lo que quiere decir buena parte de la música española: no lo olvidemos si no queremos ser desagradecidos), desde la ópera de la Bastilla hasta el Conservatorio de La Villette. Hombres como él, que poseen en altísimo grado el difÍcil arte de ver claro y saber ayudar, dejan huella indeleble no sólo en sus amigos, sino en el colectivo de profesionales que, aun sin conocerlos, sin saber de su existencia, se benefician de su trabajo y su generosidad.

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