Tatuaje
Las sociedades abiertas necesitan recordar a los ciudadanos que son libres dentro de un orden. A mayor libertad, mayor control indirecto. A menor apariencia de presencia de la policía del cuerpo y del espíritu, más necesidad de servicios secretos de información que nos convierten en dossiers microfilmados donde constan nuestros vicios, no nuestras virtudes. Del subsuelo donde se esconde el saber vergonzante del Estado, nuestra ficha sólo emergerá en circunstancias límite, pero el poder necesita saber de qué pie calza el ciudadano libre en la ciudad libre.Ese control de excepción sería casi nada de no contar el Estado con instrumentos de presión cotidiana, con la inculcación de un santo temor al Estado que en el pasado se llamó Tribunal Militar, de Opinión Pública, Brigada Político Social, ley de Vagos y Maleantes, es decir, todas las delicias turcas del aparato represor totalitario.
Ahora no se trata de eso. El santo temor al Estado se consigue mediante la presión fiscal, y en lugar de buscar un procedimiento recaudatorio que no se note, importa precisamente lo contrario, que se note, porque adquirir conciencia cotidiana de presión fiscal es adquirir conciencia de Estado y de súbdito. De ahí la necesidad de ese número de identificación fiscal que desde ahora nos acompañará desde el momento en que comencemos a funcionar como bípedos reproductores hasta el instante de nuestra muerte.
Y yo me pregunto: ¿será suficiente ese número impreso en una tarjeta? ¿No sería más eficaz si nos lo tatuaran en la piel? Aunque inmediatamente desdeño la sugerencia, porque me temo que con la ola de insumisión que nos invade, más de uno y más de una se iba a tatuar el número de dentificación fiscal en el culo e imaginese el espectáculo de las delegaciones de Hacienda, los Loewe y los Cortes Ingleses llenos de culos horrorosamente desnudos y alineados ante las cajas registradoras.
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