El buen pastor
El día 8 de marzo me detuve, por una avería en el automóvil, en el estrecho arcén de la carretera N-VI en el tramo Arévalo-Medina en el punto intermedio entre ambas poblaciones.Era de noche, y la circulación bastante densa. Señalicé mi situación. Después de comprobar que no había posibilidad alguna de empujar el coche fuera de la carretera, esperé el paso de algún vehículo de la Guardia Civil, tratando de tranquilizar a mi mujer que temblaba cada vez que, a es casos centímetros, se cruzaban dos enormes y veloces camiones y el vacío que provocaban sacu día el turismo.
Como al cabo de una hora no apareció la ayuda imaginada, nos dedicamos a solicitarla de los que pasaban ante nosotros. Tengo la certeza de que componíamos un dúo de aspecto pacífico, de personas mayores perfectamente inofensivas.
Pues bien, al cabo de otras dos horas no habíamos conseguido que se detuviera uno solo de los vehículos que iban en una u otra dirección. Centenares de camiones, turismos grandes, pequenos, furgonetas, etcétera.
Por último decidimos caminar carretera adelante hacia Medina del Campo. La noche era fría. Al cabo de un rato vimos un letrero: "A Medina, 12 kilómetros". Cada poco levantábamos los brazos pidiendo que alguien se detuviera. Inútilmente.
Ni un solo pueblo ni una casa aislada, nada. Veíamos con aprensión lo cerca de nosotros que pasaban los inmensos y raudos remolques. Mucha actividad en el asfalto, pero luego aquello era un absoluto desierto.
"Ya verás cómo los que van a parar van a ser unos delincuentes que nos ven inermes", me decía mi mujer. "No, en ese caso nos ayudaría la gente de los coches", acerté a contestar. Ella me miró y yo me callé.
Otra hora más tarde -Medina debía de ser aquellas luces que se veían a lo lejos-, un pastor que salió con un pequeño vehículo por un camino que procedía de una zona boscosa nos recogió. Ni siquiera se lo habíamos pedido, abandonada toda esperanza al respecto.
A.sunto, el ocurrido, digno quizá de alguna meditación. Parece que aunque uno haya renunciado desde siempre a safaris, recorridos exóticos o expediciones al desierto, puede verse no obstante en medio de una tremenda soledad, una soledad sin remedio, y reducido a sus propias fuerzas.
Parece que ya no es necesario recurrir a Nueva York como ejemplo de insolidaridad implacable. Basta con tener una avería cualquier noche en una paramera cruzada por la Nacional VI.- José Ramón López Gavela.
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