Temperatura electoral
LOS PRIMEROS días de campaña, oficialmente abierta el 10 de octubre, apenas han tenido incidencia en las preferencias de los electores, según revela el sondeo que hoy publica EL PAÍS y que fue realizado entre los días 9 y 15 de este mes. Ello no puede ser una sorpresa: un estudio realizado hace algunos años en varios países europeos demostró que apenas uno de cada veinte electores decide su voto en función de factores asociados a la campaña. Es posible que en España la proporción sea algo mayor, pero no parece probable que rebase, en cualquier caso, el 10% del electorado. El sondeo confirma las tendencias apuntadas por el realizado hace tres semanas: genérica estabilidad del mapa político, con concentración del grueso de los votantes en el espacio de centro-izquierda; probable repetición de la mayoría absoluta socialista, si bien el margen es ahora algo más estrecho; ascenso significativo de Izquierda Unida (IU); estancamiento de la oposición de centro-derecha; mayor fragmentación del espectro político, con entrada en liza de nuevos partidos nacionalistas o regionalistas. Por lo demás, la leve recuperación del CDS, que retornaría así a la posición de tercera fuerza nacional que parecía disputarle la coalición que encabeza Anguita, es tal vez la novedad más reseñable ofrecida por este segundo sondeo.Con todo, el ligero descenso del PSOE detectado por la encuesta, así como el elevado número de indecisos registrado entre antiguos votantes socialistas, alimenta todavía ciertas dudas respecto a si ese partido obtendrá la mayoría absoluta. Aproximadamente un millón de antiguos votantes del PSOE duda ahora entre repetir su voto o dárselo a Izquierda Unida. De las incógnitas pendientes, ésa parece ser la más importante y aquella en la que el desarrollo de la campaña puede tener una mayor incidencia. En teoría, un criterio decisivo para resolver las dudas de ese millón de votantes debería ser su actitud final ante el dilema de si es o no conveniente que los socialistas disfruten de mayoría absoluta durante otros cuatro años. La experiencia indica, sin embargo, que otros factores, como la credibilidad personal de los líderes, acaban siendo más determinantes que cualquier otra consideración.
Desde la perspectiva de la oposición de centro-derecha, los primeros días de campaña han estado marcados por dos líneas de argumentación. Por una parte, la denuncia del uso abusivo que de las prerrogativas de la mayoría absoluta hace el PSOE: televisión, encuestas del CIS, vídeo, etcétera. Por otra, atribución a Felipe González de una responsabilidad personal en esos abusos y en todo aquello que se considera que va mal: los servicios, la inflación, el paro, etcétera. No es evidente que la combinación de ambas líneas haya resultado eficaz para los intereses de esa oposición porque la credibilidad del actual presidente del Gobierno sigue estando muy por encima de la de cualquier otro líder político. Más del 50% del electorado está convencido de la parcialidad de la televisión pública. Pero ello apenas tiene reflejo electoral. De hecho, dos de cada tres personas que comparten esa convicción piensan, pese a ello, votar al PSOE.
Si se confirmase el pronóstico avanzado por el sondeo, el PSOE obtendrá más votos que entre las otras tres fuerzas de ámbito nacional (PP, CDS e IU) juntas. Y ello, tras siete años ininterrumpidos en el poder. Tal situación, más bien excepcional en la Europa contemporánea, es inseparable de la percepción por un segmento mayoritario del electorado de la mejoría de su situación económica y favorables perspectivas de futuro. Situación especialmente valorada por el recuerdo de las negativas expectativas de los años anteriores a 1985. La propaganda de los socialistas, que busca la identificación entre ese relativo bienestar social y su propia gestión, podrá resultar irritante para algunas personas, pero es lo cierto que conecta con una percepción subjetiva bastante arraigada. En ese aspecto, las críticas de la oposición resultan bastante inocuas.
Sin embargo, el estrechamiento y lenta transformación de la base social en que se apoya el proyecto socialista es también una realidad. El crecimiento de Izquierda Unida, el ligero aumento de la abstención, las reticencias del electorado joven y el retroceso más que proporcional del PSOE en las grandes ciudades son otros tantos síntomas de esa realidad. Con una abstención superior al 30%, es posible que los socialistas lleguen a gobernar en solitario con apenas un 40% de los votos válidos, es decir, poco más de una cuarta parte del censo. Los riesgos que para la integración social se derivan de ese desequilibrio son demasiado evidentes como para que la euforia ciegue a los probables vencedores. Seguramente, los socialistas podrán seguir gobernando; pero deberán hacerlo de otra manera.
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