Un pueblo, dos colores
Las comunidades caldoche y canaca de Nueva Caledonia inician un difícil camino que debe reducir sus enormes desigualdades
, En la oscuridad de la noche austral, Idara, una mujer canaca, sentada bajo los cocoteros, recitaba hace un siglo la canción de los blancos. "Los blancos nos prometían el cielo y la tierra, pero no nos han dado nada, nada que no sea la tristeza", decía. La canción ha llegado a nosotros gracias a Louise Michel, participante en la Comuna de París en 1871 y deportada, corno otros muchos, a Nueva Caledonia, entonces una isla prisión en el Pacífico sur. Michel se integró en el mundo melanesio, al contrario que la mayoría de los europeos que llegaron montados en el caballo de la colonización. Aún hoy, más de 100 años después, Nueva Caledonia es un territorio francés de ultramar donde las desigualdades sociales son oceánicas.
Dos mundos, dos culturas se enfrentan y se ignoran. Una comunidad, la caldoche, formada por los descendientes de los prisioneros y de los pioneros de la colonización, ha marginado, más que explotado, a la otra, integrada por los indígenas melanesios, que recalaron en el archipiélago 3.000 años antes de la era cristiana. La capital, Noumea, llamada la blanca, donde se concentran los europeos, vive en la opulencia, mientras el resto del territorio -conocido por el nombre de la brousse- sobrevive en el subdesarrollo.Las colinas de Noumea, salpicadas de chalés, acogen a una casta privilegiada que vive por encima de sus posibilidades gracias a las subvenciones que llegan de la metrópoli, situada a 20.000 kilómetros y a 28 horas de avión. Los automóviles deportivos recorren las calles de la ciudad camino del puerto, repleto de embarcaciones de recreo, en una proporción de yates per cápita sólo superada en el mundo por Los Ángeles y Hong Kong. Los escaparates del las tiendas libres de impuestos muestran los mejores perfumes, los últimos modelos de alta fidelidad o la lencería más fina de París. Con un nivel de vida que se acerca al doble del de los franceses de la metrópoli, los europeos de Nueva Caledonia apenas pagan impuestos, su volumen de ingresos es tres veces superior al de los melanesios y sus viviendas gozan de una confortabilidad cuatro veces mayor.
Control de la actividad
Esta comunidad de unas 55.000 personas -30.000 antiguos caldoches más 25.000 llegados de Francia en los años setenta- controla la actividad económica, política y administrativa. Las grandes familias dominan los circuitos de importación y venta -principal sector de una economía no productiva- y acaparan las minas de níquel que no son propiedad del Estado. El níquel, que constituye el 89% de las exportaciones del territorio, es la principal riqueza de Nueva Caledonia, forjadora de su población y hasta de su paisaje. El boom del mineral verde, necesario para numerosos productos de alta tecnología civil y militar, provocó la masiva inmigración de los años 70 y su búsqueda origina el vaciado de las montañas de la Gran Tierra, la isla mayor del archipiélago, que guarda la tercera reserva mundial de níquel. La expresión política de la comunidad caldoche -el 80% de los 80.000 habitantes de Notimea- es el partido europeo dominante, el RPCR (Asamblea para una Caledonia Republicana), donde se agrupan todas las tendencias de la derecha que en la metrópoli forman partidos diferentes. Soldadas por el cemento de los intereses económicos ligados al mantenimiento de una Caledonia francesa, las distintas corrientes y los lobbies locales conviven en un partido que de cara al enemigo exterior cuenta con sus propias milicias, formadas por antiguos militantes de la Organización del Ejército Secreto (OAS) y de la Argelia francesa.
Frente a esa cultura urbana, comercial, individualista, basada en la ley y el beneficio, se alza la propia de los indígenas melanesios, rural, agraria, asentada en la fuerza del clan, de la costumbre y del comunitarismo. "Es un ritmo diferente, una gimnasia que hay que aprender y que refleja la tradicional oposición entre el campo y la ciudad", dice Emmanuel Kasarerou, melanesio, director del Museo de Notimea. Una de las características de la cultura canaca es la diferente percepción del tiempo. En lugar de servirse del tiempo como una mercancía, los melanesios viven con el tiempo, que es largo y no corto como en Occidente.
En 1868, 13 años después de la llegada de los franceses, los melanesios fueron encerrados en reservas en las islas Loyauté y en la costa este -la más pobre- de la Gran Tierra. "Al menos, no los exterminaron como aquí al lado, en Australia", se consuela Kasarerou, quien atribuye la generosidad al primer gobernador de la colonia, Guillain, un saintsimoniano. Guillain estableció la división administrativa de las 333 tribus, que se ha mantenido hasta hoy, aunque en la Gran Tierra "se mezcló a gentes de distintos clanes, y eso explica parte de los problemas que se producen en las tribus actuales".
Kasarerou prefiere el término casa a tribu -"un producto de la colonización"-, pero no puede evitar referirse a él para explicar la organización de la sociedad canaca. Los clanes (una familia ampliada) forman la tribu, a cuyo frente figura un pequeño jefe, depositario de la palabra y portavoz del grupo, asistido por un consejo de ancianos integrado por los varones más viejos de cada clan. Las 333 tribus, que hablan 37 lenguas o dialectos dife
Un pueblo, dos colores
rentes, se reagrupan en una especie de distritos en los que gobierna un gran jefe. La división colonial, que fue respetuosa en las islas de Maré, Lifou y Duvéa, ha provocado la distorsión de que algún jefe de distrito administrativo no tenga ningún poder en los ritos de la costumbre, explica Kasarerou. La sucesión de los jefes, normalmente hereditaria, está sometida al voto del consejo de ancianos. La Administración colonial, que anteriormente designaba a los grandes jefes, se limita ahora a ratificarlos. Esta organización tribal no tiene nada que ver con la administración elegida en las elecciones municipales. "El jefe representa la tierra, mientras que el alcalde representa el dinero del Estado", resume el director del Museo de Noumea.Al margen del aspecto negativo que significó la expoliación de las tierras, la creación de reservas permitió la supervivencia, pero también la vida paralela y el mantenimiento de la identidad canaca. La exclusión y la dependencia propias de la colonización han formado dos comunidades cerradas, "condenadas a vivir juntas" -una expresión muy habitual en ambos bandos-, entre las que no existe apenas comunicación. Los acuerdos de Matignon, firmados hace un año en París por el Gobierno, el RPCR y el Frente de Liberación Nacional Canaco Socialista (FLNKS), son el enésimo intento de organizar la convivencia, cuyo deterioro llevó al borde de la guerra civil en 1988. "Los acuerdos han traído la calma y pretenden restablecer el equilibrio cultural y económico, pero no veo un acercamiento entre las comunidades", asegura Claude Morel, director del gabinete del alto comisario francés. "De todas formas", añade, "en un año no se pueden hacer milagros".
De una población total de unas 160.000 personas, los canacos representan unas 70.000, la minoría mayoritaria.
Otras etnias
Aparte de los 55.000 caldoches, viven en Nueva Caledonia, según el censo de 1983, 12.174 originarios de las islas vecinas de Wallis y Fotuna (también territorio francés), 5.570 tahitianos, 5.310 indonesios, 1.212 inmigrantes de Vanuatu y otros 5.249 de orígenes diversos. Las otras etnias, especialmente wallisianos y asiáticos, se agrupan en torno a Noumea, realizan trabajos subsidiarios para la comunidad caldoche y votan junto a ella por la Caledonia francesa.
La oposición principal se mantiene entre los blancos eu ropeos y los negros melanesios sin que el mestizaje biológico existente -no cultural- atenúe las discriminaciones étnicas Hay ejemplos que elevan hasta la caricatura la fractura entre los dos mundos, entre los habitantes de las tierras colonizadas y los de las reservas. "Gente de piel más negra que la mía", explica Kasarerou, "se considera mentalmente blanca porque ha vivido junto a los colonos, y gente blanca se considera negra si ha crecido en las reservas canacas".
Casi la mitad -el 45%- de la población total de Nueva Caledonia. son jóvenes de menos de 20 años. Lajuventud, una auténtica obsesión del líder independentista asesinado Jean-Marie Tjibaou, es uno de los problemas más graves del archipiélago, al que se refieren todos los líderes políticos. Eso es tanto como decir la juventud melanesia, atrapada por el paro -el 12% de la población activa es la cifra oficial-, el alcoholismo y el desarraigo. Grupos de jóvenes amarrados a la botella se pueden ver en la plaza de los Cocoteros de Notimea esperando que caiga la noche en una ciudad cuyas tiendas cierran a las seis de la tarde, la misma hora en que dejan de funcionar los autobuses. Noumea, la blanca, donde los monopolios evitan la competencia, vive feliz, trabaja lo justo y se divierte a costa de los frutos de una economía artificial.
Sin bachillerato
Pero las cifras del volcán caledonio son estremecedoras: hasta 1961 ningún melanesio había podido acabar el bachillerato y el primer titulado superior es de 1972; la ciudad cuenta con un médico por cada 450 habitantes, frente a uno por más de 2.000 en el interior. Los independentistas, que dominarán las dos provincias más atrasadas de las tres que se crean con las elecciones del padado domingo, confian en reducir las desigualdades en los 10 años de transición hasta el referéndum de autodeterminación previsto para 1998. Sin embargo, no ocultan que se necesitarán muchos esfuerzos, un aprendizaje de la convivencia y una decidida ayuda de la metrópoli para hacer realidad el antiguo eslogan de la Unión Caledoniana, principal partido que lucha por la independencia: "Dos colores, un solo pueblo".
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