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Crítica:"PEDRO I EL CRUEL"
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Epitafio

Dio fin ayer, a manos de Trastamara -Trastámara, prefieren decir ellos, siguiendo otra escuela prosódico-histórica, la vida televisiva de Pedro I el Cruel, llamado por sus afectos el Justiciero. Fue un respiro de alivio, y conviene advertir a al gunos espectadores que ya pueden dejar encendido su receptor después del informativo. Lo que vean será mejor. Este sufrimiento concreto se les ha quitado de encima.

Personaje sombrío

Pedro I de Castilla fue un sombrío personaje de un tiempo oscuro. Se distinguió por su talante sanguinario y tosco en una época -mediado el siglo XIV- en que semejantes prácticas eran habituales. Mató amigos, enemigos, familiares prisioneros, parlamentarios rendidos. Engañó a quien pudo. Castilla era bronca, encastillada, harapienta. A la vista de estos 10 episodios, lo que se vio fue una gente pulida y sencilla, un poco fastidiada por sus circunstancias, en unos bellos lugares, con damas no sólo bien vestidas, sino cuidadosamente maquilladas, depiladas. Los datos de la historia no afloraron nunca; el espectador no demasiado habituado a ellos se perdía desde el principio, y perdido quedó al fin. El lenguaje florido, inventado -ese castellano convencional que las revisiones dramáticas suelen emplear, que no puede ser ni actual ni fiel a su tiempo-, hería los oídos, sobre todo proferido con una prosodia que en la mayor parte de los actores no sonaba bien. Y con el énfasis antiguo.Hemos sido desafortunados los españoles con el cine histórico en el último medio siglo (en el teatro, desde antes). Se trató políticamente de capitalizar la historia en un sentido político que favoreciera el régimen; establecido éste sobre bases imaginariarriente eternas, todo episodio español, aun antes de la fundación real de España, todo retablo de conquista o reconquista, de unificación de reinos, debía quedar asumido y revisado o, más claramente, censurado en todo lo que tuviera de malo. Esta costumbre ha quedado. Se han operado numerosas corrientes reivindicativas de personas más que dudosas; incluso hay una pequeña escuela de historiadores que quiso salvar el fantasma de don Pedro el Cruel, pero no se le suele hacer caso. El cine de la posguerra, protegido con respecto a su "interés nacional", fomentó esas reivindicaciones, y los creadores de hoy en televisión no pueden aún evitar un escalofrío de miedo cuando abordan esos temas. Aparte de una sensación un poco más necia, que es la de intentar ser agradables a los espectadores, de una manera general, pero sobre todo a horas determinadas, como la de después de comer. Es aquí donde se vuelcan sobre todo el decorativismo y el figurinismo, la iluminación acariciante, el noble perfil, las frases altisonantes, la fugacidad en las inevitables escenas de muerte. Tiembla uno de pensar lo que le aguarda en las conmemoraciones que vienen de descubridores, navegantes y conquistadores, para cumplir una vez con las obligaciones que marca el requisito histórico-político.

La conservación de los episodios de Pedro I el Cruel en los archivos puede ser útil para que la vayan viendo los aspirantes a historiadores de televisión. Los más cuerdos la verán como un ejemplo de lo que no se debe hacer en ningún caso; los más listos, en que quizá en ella puedan encontrarse buenos trucos para ser aceptados, subvencionados o entronizados. "Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor", podrá decirse en su paráfrasis más oportuna: ni quito ni pongo Colón, o Hernán Cortés, o Lope de Aguirre, pero ayudo a mis jefes a celebrar lo que quieren celebrar y a heredar lo que les dará buena fama.

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