_
_
_
_
Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

No era un santo

Probablemente, los que se dedican a hacer biografías en la televisión y en el cine fueron niños a los que leyeron las Vidas de los santos; están apegados a ese estilo enteramente admirativo, meloso, ejemplar y beato. Hemingway, fiesta y muerte, escrito por José Luis Castillo Puche y José María Sánchez (este último, también director), cae en ello. Hay un oficiosismo propio de Televisión Española, más allá -o más acá- de sus mandos, anclado en la conciencia de escritores y realizadores que piensan siempre en que todo va por lo mejor en el mejor de los mundos posibles y que no hay que sobresaltar ni inquietar al español. Últimos rabotacillos del franquismo, que educó en esa forma. Se puede comparar con la serie inglesa, cruda e inteligente, de episodios distintos, pero de una misma línea maestra, que aparece en la sobremesa con el nombre de Amor y matrimonio, en la que se puede discutir, entre taza de té y bocadillo de cake, de la existencia o no de Dios, de la amargura de la soledad, de la necesidad del adulterio, y presentar así un panorama catártico de la sociedad universal. Esta esclavitud interior de los creadores de televisión, que sólo llegan a algo más crítico cuando buscan la carcajada o desorbitan la realidad en caricatura, nos distancia todavía mucho de la creación de otros países que han limpiado y liberado su mentalidad antes que nosotros.La hagiografia de Herningway tiende más a otro vicio español, que es el de las rupturas en la forma más que en el fondo. Consiste en los flash back montados uno sobre otro, con pequeños carteles iniciales en los que se da la fecha y el lugar geográfico. La vieja experiencia dice que el espectador de televisión no lleva fácilmente la cuenta de esos letreros superpuestos (todo cartel superpuesto, son un pecado en televisión; la nuestra lo multiplica), que se olvidan rápidamente. Así el que no conozca de antemano la vida de Hemingway confundirá a su padre con él mismo, y a él de niño con su propio hijo; no averiguará fácilmente en qué país está como soldado, y por qué. Ni cuál es la organización de su pensamiento. Cae en otro pecado de las biografias dramáticas: el énfasis sobre los grandes personajes que cruzan por la vida del principal, sus apariciones espectaculares y llamativas, efectistas -en esto hay herencia del antiguo teatro, que también influye mucho en el nuevo medio- y siempre venerados. La de Picasso en Casa de Gertrude Stein es uno de estos casos.

Víctimas de los diálogos

Los actores suelen ser siempre las víctimas de estas situaciones creadas y de la literatura de los diálogos: lo es José Luis Gómez en este Picasso, y lo es Ángela Molina, que lo que tiene en la pantalla es su espontaneidad misteriosa, convertida en una dama de tren con un misterio distinto al de su naturaleza, al que responde con perfiles, tres cuartos o primeros planos de exhibición, aguantando que Hemingway -el viajero de enfrente- la cuente su vida con minuciosidad. La prueba del actor es siempre decisiva en la literatura dramática, sea teatro, cine o televisión. El actor es un ser vivo, humano, con una cara y una voz -cuando se la dejan-; todo lo demás es artificio. Si el actor, siendo virtualmente un buen profesional como los citados, no encaja en lo que está pasando es que el artificio está mal hecho: es inhumano.Queriendo santificarle, Hemingway ha salido perjudicado en esta serie. No vive. A pesar de que cuenta con una cámara caliente, con una escenografia y una ambientación adecuadas, dentro de los tonos oscuros. La dirección y el guión no le han humanizado. Y fue uno de los personajes más enteramente humanos de esta época.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_